Hace tres décadas, el ingreso por habitante de Chile era 22% del que tenía Estados Unidos y 26% del de Suecia. Hoy alcanza al 42% del primero y al 50% del segundo, un desempeño extraordinario que nutre el anhelo de alcanzar el desarrollo. Sin embargo, muchos indicios apuntan a que el futuro será más complejo que el pasado reciente, por lo que para mantenernos en el camino del progreso debemos revisar los pilares sobre los cuales se ha sostenido el crecimiento del país.
En este proceso confluyen tres grupos de variables. Primero, están los fundamentos económicos, sintetizados a fines de los 80 en el llamado consenso de Washington. Se trata de variables como la estabilidad macroeconómica, un entorno favorable a la inversión (y a la propiedad privada), el desarrollo del capital humano, la competencia en los mercados y el funcionamiento de las instituciones.
Chile tiene un buen desempeño en este ámbito. De hecho, es admirado por la calidad de estos fundamentos y por las políticas que sirvieron para consolidarlos, a pesar de que la fuerza de las reformas orientadas a perfeccionarlos ha tendido a decaer en el tiempo, y que los cambios institucionales que impulsa el Gobierno han generado algún grado de incertidumbre.
Los economistas conservadores amplifican excesivamente el efecto que tiene este primer grupo de variables en el crecimiento, lo que no tiene ninguna base empírica que lo sustente. Es posible reconocer a estos profesionales más por su adhesión ideológica que por el pragmatismo en el diseño de sus recomendaciones de política.
En segundo lugar, para una economía pequeña y abierta es muy relevante el contexto de los mercados internacionales, especialmente de los términos de intercambio, los flujos financieros, y el crecimiento de los socios comerciales. Este entorno ha sido muy favorable para Chile en los últimos treinta años: la avalancha de inversión extranjera y los flujos financieros en los '90 y el extraordinario boom en los precios de las materias primas, especialmente del cobre, en la última década son elementos que caracterizan este buen entorno.
El efecto de estos dos grupos de variables se refuerza mutuamente, en el sentido de que los fundamentos sólidos permiten aprovechar mejor los buenos períodos de la economía internacional. A su vez, el rendimiento de las reformas a los fundamentos aumenta cuando el entorno externo es favorable. Esto es precisamente lo que ha sucedido en Chile: se aplicó una estrategia eficaz para períodos de bonanza económica, que luego contó con el entorno apropiado. Sin embargo, si la economía internacional se vuelve menos favorable, el camino seguido hasta ahora mostrará sus debilidades.
En este escenario resulta fundamental identificar el tercer grupo de variables que determinan el crecimiento de los países: la capacidad de promover actividades de alta productividad. Los procesos de crecimiento sostenido van siempre acompañados de una transformación en la estructura productiva, en la cual las empresas y los trabajadores se mueven desde sectores de baja productividad, como la economía informal o la agricultura tradicional, hacia actividades de alta productividad.
Todas las economías en desarrollo se caracterizan por una enorme brecha interna de productividad entre empresas, sectores productivos y personas. Esta heterogeneidad es al mismo tiempo la oportunidad para generar crecimiento acelerado, por lo que mientras más rápida es esta transformación, mayor es el aumento agregado de la productividad. Por ejemplo, cada 1% de los recursos del país que se mueven de un sector a otro, eleva el producto interno en un 1,5%. La evidencia histórica muestra que en el largo plazo no hay crecimiento sin transformación.
La experiencia reciente alrededor del mundo presenta varios ejemplos de transformación: Japón en los 50 y 60 del siglo pasado; Corea en los 70 y 80; y China en las últimas décadas. En todos estos casos surgen sectores enteramente nuevos, que atraen tecnología, capital y trabajo, y cuya producción se orienta a mercados internacionales de alta productividad.
Estos procesos de transformación requieren de un elemento clave: la colaboración público-privada, único mecanismo que permite impulsar decisiones con prontitud, que sometidas a los procesos del mercado tomarían demasiado tiempo o simplemente no se adoptarían. Es un camino que tiene riesgos, pero que es indispensable que aprendamos a recorrer.
Cuando el entorno internacional se vislumbra débil, el crecimiento debe apoyarse en fundamentos económicos sólidos y en la generación de capacidades de transformación. Ambos son procesos indispensables, que se refuerzan entre sí. Ninguno será capaz de generar un crecimiento sostenido sin la ayuda del otro. Ejemplos de transformación con fundamentos débiles los vivimos en América Latina en el período de la sustitución de importaciones; mientras lo opuesto lo observamos en los 90, cuando el esfuerzo de las reformas a los fundamentos terminó generando fatiga y frustración en la mayoría de los países de la región.
En síntesis, la fórmula virtuosa que impulsó el crecimiento de las últimas décadas fue la combinación de un entorno externo favorable con sólidos fundamentos económicos. En el futuro se debe agregar la capacidad de transformación, porque el ambiente internacional será más débil. Esto requiere construir una sólida base de confianza y de colaboración público-privada, de modo de emprender acciones que la mano invisible del mercado por sí sola no consigue generar.