Si quiere cerrar el fin de semana largo con una buena película, le recomiendo Intensa-Mente. El filme animado puede parecer dirigido a un público infantil, pero su atractivo es mucho más amplio. Su trama cruza la neurociencia, la biología evolutiva y las ciencias sociales. Toca la reciente literatura que analiza la producción de habilidades socioemocionales y su impacto sobre el desarrollo humano. Y por cierto, sus implicancias sobre políticas públicas son importantes.
La historia explora la crisis de personalidad de Riley, una niña de 11 años, causada por la improvisada decisión de sus padres de mudarse desde Minnesota a San Francisco. ¿Lo novedoso? El comportamiento de la menor se rige por cinco emociones (personajes) que "viven" en su cabeza: alegría, desagrado, temor, tristeza y furia. Estas modifican el estado de ánimo de la pequeña, encargándose además de la administración de sus recuerdos, tarea que realizan accediendo a centros de memorias (hallé a "tristeza" notable, ¿quizás por la influencia de las últimas cifras económicas?).
Sin contarle el final de la historia, la clave es que las emociones, particularmente "alegría", deben ajustarse para ayudar a la niña a salir de su crisis. Dejo la película hasta aquí para centrarme en algunas de sus implicancias.
En primer lugar, los 11 años no son elegidos al azar. La edad se enmarca en los períodos críticos del desarrollo de la personalidad. De hecho, la evidencia sugiere que mientras las habilidades cognitivas se determinan muy tempranamente (antes de los ocho años), la maleabilidad de las socioemocionales no termina con la niñez.
El punto es relevante, pues sugiere la existencia de nuevas ventanas de oportunidad en el desarrollo humano que pueden ser explotadas por las políticas públicas. Por eso el consenso de que una educación temprana de calidad (que no es lo mismo que más cobertura) debe ser complementada con programas multidisciplinarios de apoyo a los niños en edad escolar, innovaciones en la formación de docentes, compromiso y educación de los padres (gran tema ausente) y la modernización de los programas escolares. Todos esfuerzos dirigidos a lo que ocurre antes de los 18 años, que es donde es necesario invertir más y mejor. Todos muy contrarios al capricho que significan los millones de dólares dedicados a una educación superior gratis de dudosa calidad. Allí las ventanas de oportunidad ya casi se han cerrado.
Pero las lecciones del filme no terminan allí. Como en el caso de Riley, improvisaciones en políticas públicas generan crisis en las emociones, pero de la población. Entre los sorprendidos se activan "temor", "furia" y "desagrado". Entre los asumidos "tristeza". Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre a los 11 años, para una sociedad madura es más difícil ajustar sus emociones. Por eso, lo que fue hace 25 años una afirmación, hoy emerge como una pregunta: Y "alegría", ¿cuándo vuelve? Apostemos a que pronto.