Ahora que pasamos por un invierno tan crudo, se me vino a la cabeza el célebre libro de Jared Diamond "Armas, gérmenes y acero", que pretende responder -nada menos- a la pregunta de por qué una cultura llega a ser una civilización superior a otras.
Aunque no figura en el título, el factor inicial principal (su conjetura es muchísimo más compleja de la que expongo) es la existencia de un clima mediterráneo caracterizado, según sabemos, por veranos secos y calurosos e inviernos fríos y lluviosos. Este tipo de clima -bastante escaso- es el más favorable para el desarrollo de la agricultura y en algunas de las zonas geográficas que lo poseen se establecieron los primeros centros masivos de producción de especies silvestres aclimatadas y de animales domesticados.
Dado que entre Valparaíso y Los Ángeles, aproximadamente, se da también este clima, Diamond se ve obligado a realizar algunas disquisiciones que explicarían por qué no surgió una cultura de tal naturaleza en Chile (como es obvio). Así, nuestro destino fue y es (al parecer) tolerar inviernos fríos y lluviosos acompañados de muy poca civilización.
En el sur la gente más pobre no sabe cómo calentarse. Este año ha sido crítico. ¿Es la tibieza de la casa -nuestro refugio- solo un privilegio de los ricos? La calefacción por medio de energía eléctrica es un lujo (una sola estufa puede generar cuentas de más de 200 mil pesos). Las estufas a leña -una solución muy barata- fueron prohibidas a partir de las seis de la tarde y los calefactores a parafina (salvo los muy buenos) son muy contaminantes en el interior de la casa. ¿En qué quedamos? ¿Es, reitero, la tibieza del hogar solo un privilegio para los más ricos?
En la calidad de vida, de una buena vida, va envuelta la idea de calor. Llegar al hogar (la arqueología de esta palabra nos conduce rápidamente al fuego) y encontrarse, luego del trabajo, con un ambiente calentito, acogedor, donde el frío y la lluvia no penetren, es un bienestar mínimo, un derecho social, como se dice ahora.
Me parece, humildemente, que la autoridad pública debe revisar urgentemente la política energética. Estoy seguro de que se pueden encontrar mejores equilibrios entre la explotación razonable de nuestros recursos energéticos y la debida protección del medio ambiente. Hasta ahora se produce un desbalance creciente y peligroso (creando escasez y encareciendo la energía) que perjudica, de preferencia, a los sectores más pobres de nuestro país, obligados a regresar al guatero caliente y al brasero.