Jorge Sampaoli y Sergio Jadue pueden anotarse otro triunfo en su bitácora: convencieron a la mismísima Presidenta que por el bien del fútbol chileno se requiere el apoyo gubernamental para edificar un búnker donde el trabajo de la selección nacional tenga la mayor seguridad, aislamiento y secretismo posibles. Chile necesita para entrenar la comodidad necesaria, acorde al estándar de un plantel de jerarquía mundial, y de paso la privacidad para que el periodismo no tenga la oportunidad de captar imágenes, dibujos tácticos, jugadas de pizarrón o logre filtrar algún desaguisado que ponga en peligro el éxito deportivo. Ese que hace tan feliz al pueblo y a los gobiernos de turno.
El estado de paranoia y victimización instalado por los conductores administrativos y técnicos del fútbol nacional ha permeado el sentido común y la inteligencia social de nuestras autoridades. Esta nueva condición de campeones de América ha hecho que se extravíe cierta perspectiva de la realidad y eso es tan preocupante como cuando se nos pide que nos imaginemos qué pasaría si Chile pierde con Bolivia por haber difundido una fotografía desde 60 metros de altura!!
Es indesmentible que a la Presidenta le gusta genuinamente el fútbol, como también a una significativa mayoría de sus compatriotas. Más todavía cuando Chile gana, al igual que a una inmensa masa de ciudadanos a los que democráticamente gobierna. Pero hay límites razonables que se deben ponderar, anexo a lo funcional y ciudadano que sea el tema.
Convengamos entonces que la construcción de otro Pinto Durán, las filtraciones en los medios de comunicación de cómo entrena el equipo chileno o la permanencia del seleccionador en su cargo no son, respetuosamente hablando, materias de Estado. Menos si hay numerosas políticas sociales comprometidas que están en una situación muy delicada, y más aún si en las declaraciones de la Mandataria, luego de almorzar con Sampaoli y Jadue en La Moneda, se abordan aristas en las que entran peligrosamente en juego la libertad de expresión, millonarios contratos entre privados y el antiquísimo y polémico debate del apoyo estatal al deporte profesional en detrimento del actividad federada amateur, surgido en un momento tan sensible mediáticamente como puede ser un Panamericano.
La buena voluntad de la gobernante con los planes del fútbol chileno mueve a la confusión. Quiéralo o no con sus últimas apariciones ha establecido una cercanía que no parece muy saludable con una industria como la del fútbol profesional, que ya sabemos genera millonarias utilidades a través de su producto selección y los derechos de televisación del campeonato nacional, pero que dista de aportar una imagen positiva cuando se trata de impedir que la violencia de los hinchas se tome los estadios o la transparencia de los manejos financieros en el plano federativo (no olvidemos que Jadue está siendo investigado por la fiscalía estadounidense y auditado en Chile a pedido de sus asociados tras el escándalo de los sobornos de la Conmebol). Es justamente aquí cuando la pasión o el gusto por las victorias de la selección deben tener ciertas reservas para no caer en el despiste.