Como apertura del concierto de la Orquesta Filarmónica de Santiago, en el Teatro Municipal, el miércoles, se tocó un sinfónico "Cumpleaños feliz" para celebrar los 60 años de este conjunto. Su director titular, el ruso Konstantin Chudovsky, dijo al público que hoy la Filarmónica es "una orquesta unida, que puede tocar todo: Bach, Britten, Shostakovich, Mendelssohn... ¡toda la música que existe!".
La protagonista de este concierto fue la Cuarta Sinfonía (1878) de Tchaikovsky, una suerte de testimonio del compositor que, en una época en que se condenaba fuertemente, vivió su homosexualidad como una maldición que lo sumió en severas depresiones y lo tuvo varias veces al borde del suicidio. Este sufrimiento se palpa especialmente en la Cuarta, que abre con una ominosa fanfarria que representa el destino inexorable. Los cornos de la Filarmónica, secundados por los fagotes, sonaron asertivos, y el vertiginoso desarrollo que sigue permitió experimentar esa felicidad en la infelicidad que tiene lo trágico cuando está bien expresado.
El primer movimiento se cuenta entre lo más notable que escribió Tchaikovsky, entre otras cosas, porque se aleja del melodrama y el rococó, a los que el compositor sucumbió no pocas veces, y deja que se cuele una finísima ironía en un juego de imitación de frases ascendentes y descendentes en las maderas. Aquí la Filarmónica, en manos de su director, estuvo precisa, relevando justamente estos pasajes que en un comienzo pueden semejar mero adorno, pero terminan por instalarse como auténtico motivo de toda la obra.
El Andantino in modo di canzona , con la nostálgica melodía en el oboe, fluyó elegante, y el Pizzicato ostinato del Scherzo , con un delicado equilibrio. En el final, marcado Allegro con fuoco , Chudovsky dio rienda suelta hasta alcanzar un fabuloso volumen en la arremetida que parece triunfal, con su sobreabundancia de platillos, pero que, más allá del recuerdo del primer tema, sigue pareciendo un alegato existencial.
Antes habían sonado la "Danza fantástica" (1905), del chileno Enrique Soro, magnífica y premonitoria en su ritmo salvaje, y el Concierto para violín en Mi Menor, Op. 64 (1845), de Mendelssohn. Chudovsky hizo esfuerzos por acompañar a la violinista suiza Rachel Kolly d'Alba, pero el resultado no dejó contenta a la solista -que recién este año incorpora a su repertorio esta obra canónica- ni al público.
La Filarmónica está en su mejor momento. Fue este conjunto el que, en los 80, con su entonces director Juan Pablo Izquierdo, combinó en su oferta la tradición barroca, clásica y romántica con las mejores obras contemporáneas. Por eso es esperanzadora la declaración de Konstantin Chudovsky respecto de las capacidades de la orquesta para tocar "toda la música que existe". Por ejemplo, la que se ha compuesto de 60 años a esta parte.