La versión chilena del clásico programa de talentos de John de Mol -el mismo creador de "Gran hermano"- llega a Chile con más de una década de desfase, cuando a través del cable ya hemos podido conocer la versión estadounidense y cuando solo un segundo canal pudo sacar adelante la tarea de ponerlo en la pantalla local.
"The voice" es una franquicia costosa no solo por el pago de la marca, sino porque además implica involucrar a artistas de primer nivel en el rol de los coaches y porque el estudio donde se realiza tiene requerimientos técnicos que no cualquier canal puede asumir.
Canal 13 solo se hizo de "The voice" después de que CHV perdió su opción de realizarlo, pese a haber llegado a acuerdo con la distribuidora de formatos, porque nunca llegó a contar con el set adecuado para su realización.
Así llega a Canal 13, quizás el único canal capaz de asumir el desafío de un programa tan oneroso por estos días, el único canal que está produciendo estelares de alto costo de producción -como "Vértigo"-, y, en rigor, el único canal que logra sacar réditos de su programación local de horario prime.
Pero en el actual escenario televisivo, a Canal 13 no le deben bastar los ratings que alcanza hoy "The voice", porque para un espacio que requiere mantener en Chile a dos visitantes extranjeros -Franco Simone y Luis Fonsi-, el margen de inversión que no se recupera se empieza a notar.
A cambio del puntapié inicial, donde la presentación de los competidores en las audiciones a ciegas cumplió la necesidad de casting de mostrar calidad vocal e historias humanas que justificaban la movilización de recursos -cámaras y productores- hasta sus lugares de origen, esta segunda etapa de "Batallas", de enfrentamientos entre dos competidores, empieza a mostrar la debilidad de la versión local.
Con menos emoción y suspenso y más falta de inversión en las puestas en escena que la versión estadounidense que nunca bajaron del máximo nivel, "The voice Chile" comienza a desnudar su verdadero puntal: la gracia y diversidad de los coaches. Y eso no está necesariamente relacionado con la calidad vocal de quienes pueblan el escenario o de quienes los van a juzgar.
Al lado del galante encanto de Franco Simone y de la chispeante simpatía de Luis Fonsi, la representación local apenas defiende como atributos su cercanía y calidez. Nicole comenzó tratando de armar un personaje televisivo, pero la reiteración de muletillas sobre el "girl power" o una pequeña danza que exacerbaba un llamado "flow" terminaron por agotar a la audiencia -manifestada en las redes sociales-, y a la fórmula también. Álvaro López, en tanto, todavía no encuentra -ni parece buscar- un lugar.
Sin coaches tan quisquillosos como Adan Levine, de una línea como Blake Shelton, o tan involucrados como Christina Aguilera, los cuatro locales todavía deben trabajar en sus diferencias más que en sus similitudes para que desde ahí surja la teatralidad del diálogo que en esta etapa de batallas se comienza a extrañar.