Conmueve la imagen de ese jubilado griego que, al recibir solo una fracción de su pensión, se desploma y llora. ¿Dónde quedaron -cabe preguntarse- sus "derechos sociales garantizados?
La así llamada nueva tragedia griega es el fracaso de su Estado de bienestar o de "derechos sociales", modelo similar al que conciben para Chile los ideólogos del gobierno de la Presidenta Bachelet. Es cierto que en los fríos países escandinavos ese sistema ha cosechado mejores resultados, pero sus pellejerías en las tierras helenas -cuyos avatares económicos y políticos guardan más semejanza con los nuestros- deben ser tomadas en cuenta.
Ocho años atrás -justo antes de la Gran Crisis-, Grecia era un éxito. Miembro de la Unión Europea, de economía plenamente abierta y sometida a la disciplina del euro, dejaba atrás una historia sombría para crecer a paso seguro. Su ingreso per cápita había llegado a US$ 33.000 en moneda de hoy, lo que representaba 80% del poder adquisitivo de un alemán promedio. ¿Qué explica que un país culto, moderno y 50% más rico que lo que es Chile hoy de pronto se vea arrastrado al precipicio?
El problema es que las dimensiones de los derechos sociales se fijan con lógica política, no económica. La demanda ciudadana por más subsidios para educación, salud, previsión u otros campos es insaciable, lo que exige una inusual dosis de realismo económico y liderazgo político. El presupuesto fiscal es limitado y debe financiarse con impuestos, los cuales, como ha constatado últimamente la Nueva Mayoría, suelen ser impopulares. Para financiar un Estado de bienestar a la europea, Grecia elevó los impuestos y cotizaciones previsionales desde 25% a 40% del PIB, pero ello no bastó para satisfacer los apetitos de gasto público. La adopción del euro proveyó una vía fácil para cubrir el déficit fiscal resultante mediante la emisión masiva de bonos. Bancos y otros financistas internacionales invirtieron gustosos en ellos, tan similares a los alemanes, denominados también en euros y tratados como "libres de riesgo" por sus ingenuos supervisores financieros, aunque algo más rentables. Pero ese expediente también es limitado. La deuda pública griega ya en 2007 había trepado al 100% del PIB. Hoy, luego del derrumbe y de dos "paquetes financieros", alcanza a un impagable 180%: Grecia está en la bancarrota.
Como en las tragedias de Sófocles, Grecia lucha por salvarse del trágico destino que le tienen reservado los dioses. Atada al euro -que le impide una oportuna devaluación real-, hundida en la depresión, abandonada por los inversionistas, con su sistema bancario destruido, está condenada a seguir la dolorosa medicina de los sucesivos recortes de gastos y alzas de impuestos. La rebelión de sus votantes es entendible, pero inconducente. Rompa o no con sus pacientes acreedores, abandone o no el euro, la promesa del Estado de bienestar se hace añicos, los derechos sociales no sirven cuando ya no queda plata. Aunque de Grecia nos separa enorme distancia, razón tiene el ministro Valdés en su llamado al realismo fiscal.