Durante los últimos años, varios escritores chilenos se han interesado en novelar la existencia de nuestro lumpen criollo. Sus representaciones ofrecen distintas amplitudes narrativas, pero avanzan paralelas con propósitos compartidos. Algunas tratan de abarcar un segmento suficientemente amplio del oscuro mundo social de los bajos fondos o el de la miseria de donde surgen sus raíces. Otras concentran el foco de la narración en las vicisitudes de un personaje socialmente periférico o, de manera alternativa, en la formación de un delincuente cuyo comportamiento es ofrecido al lector como característico de la oscuridad de dicho mundo. Este interés, por supuesto, no era desconocido en nuestra tradición literaria, pero creo que en la actualidad ha adquirido una tonalidad muy significativa: produce relatos que parecieran comprobar la función de denuncia y corrección que asume el género cuando poderes políticos y mercantiles ignoran los valores del espíritu y convierten los afanes materiales y consumistas en valores sociales dominantes.
Ricardo Candia Cares ha escrito su novela El exitoso (e increíble) Caso Y para satisfacer punto por punto tales propósitos. El texto se sostiene sobre dos registros narrativos que a pesar de su naturaleza lingüística diametralmente opuesta -uno posee el estilo de feroz realismo del coa; el otro es reflexivo y casi poético-, pertenecen a la voz del mismo personaje protagónico: Yague, un niño abandonado que antes de cumplir los catorce años se convierte en alcohólico, drogadicto, ladrón y asesino múltiple. El desarrollo de su historia se sostiene sobre los motivos arquetípicos de la formación y destino de un delincuente. Recién nacido es arrojado por su madre, una drogadicta que muere pocos días después, en un excusado maloliente del baño de un hospital. Desde entonces, afirma Yague con una metáfora descarnada, el olor a excrementos no lo abandonará por el resto de lo que será su corta vida. Durante sus primeros años es maltratado por su abuela. Desaparecida esta, recibe golpes similares en distintos Hogares de acogida y establecimientos penitenciarios por los que transita. De todos escapa sistemáticamente para hundirse cada vez con mayor profundidad en el mundo de la delincuencia y el crimen, corriendo apresurado hacia un desenlace que lo espera inexorable.
La novela de Ricardo Candia revitaliza tales motivos otorgándoles una dramática dimensión existencial y ambientándolos en una sociedad de valores inversos, dominada por la hipocresía, el afán de lucro y la ausencia de solidaridad hacia los desposeídos y los indefensos. Yague es un niño que sabe que no debió vivir: "Fui salvado de milagro de las garras liberadoras de la muerte", afirma al comenzar su relato. El miedo y la angustia que le provoca descubrir el odio de los demás, el encierro de su existencia y su pesimismo frente a cualquier posible redención serán sus permanentes compañeros y el gatillo de sus crímenes: "¿Qué hace un niño de trece años en medio de la oscuridad de un invierno perenne sin tener a donde ir y con una mochila con medio kilo de droga y una pistola?". Pero la violencia que se incuba en Yague responde asimismo a otros estímulos. A pesar de ser analfabeto y de su primitivismo existencial, es capaz de darse cuenta de que solo interesa a la sociedad como personaje de farándula o con fines de aprovechamiento egoísta; que no es otra cosa que un desechable objeto de mercado.
Es precisamente al entorno político y económico que rodea la existencia de Yague donde apuntan los dardos más acerados de la crítica social que constituye el propósito dominante de la novela. El texto no oculta ni el sarcasmo ni el encono para retratar a quienes solo ven en el delincuente un medio de propaganda y beneficio personal. En tiempos de crisis, la novela se convierte en la búsqueda del sentido de la vida en un mundo de valores que el texto considera degradados. El exitoso (e increíble) Caso Y la lleva a cabo con cólera.