Una fascinante investigación con este nombre, del arqueólogo Rubén Stehberg, del Museo Nacional de Historia Natural, junto al historiador Gonzalo Sotomayor, ha cambiado para siempre la noción que teníamos de la fundación de Santiago. Creíamos que el conquistador español no encontró asentamientos humanos importantes al descender de su travesía por la cordillera y el desierto desde el Perú hasta los fértiles valles del Chile central. Pero antes de la llegada de Colón a América, el Imperio Inca había completado su red de caminos, fortificaciones, centros ceremoniales, posadas, almacenes, puestos de vigía y cementerios hasta el río Maule, en el límite sur previo al invencible territorio mapuche; construcciones que convivían con los caseríos más bien precarios de las comunidades de diaguitas y picunches. De hecho, el conquistador utilizó el Qhapaq Ñan o Camino del Inca para avanzar por los valles de Chile y existe reciente evidencia de que, al llegar al del Mapocho por la senda que ahora siguen las calles Independencia, Bandera y San Diego, se encontró con una explanada ceremonial en el sitio que hoy ocupa la Plaza de Armas de Santiago, junto a la cual debieron existir templos y edificios cuyos restos presumiblemente permanecen confundidos entre los cimientos de los primeras construcciones coloniales (bajo las actuales Catedral de Santiago, edificio del Correo y Museo Histórico Nacional) y que se sumaban a otras en los cerros Huelén y Pucará, cuyas ruinas se conservan en los cerros de Chena, al sur de la capital, tal vez la fortaleza más austral del imperio.
El conquistador llegó a estos parajes con un impulso fundacional totalitario que se implantaría encima de las preexistencias para imponer un nuevo orden espacial y territorial, manifestación del poderío de otro imperio que extendía sus dominios, su cultura y su fe religiosa hasta los confines de la Tierra. Para lograr este objetivo traía instrucciones precisas sobre dónde fundar ciudades para su prosperidad y seguridad, cómo trazar sus calles y plazas, cómo distribuir el territorio entre las instituciones y los compañeros de armas. Siguiendo la tradición militar griega y romana, la incipiente ciudad española se expandiría como un campamento de calles rectas desde una plaza central, creando un espacio urbano simple y racional, diríamos "moderno" en contraste con las ciudades de Europa. Pero lo que no comprendíamos hasta ahora (y nos emociona saberlo) es que el impulso fundacional original, la creación de un lugar en comunión cósmica con los astros y las cumbres de las montañas, la identificación del centro mágico, había ocurrido mucho antes, en otro idioma y en otro mundo.