Si no supiéramos que a Esopo y a la dirigencia empresarial chilena los separan 2.500 años, creeríamos que el autor inspiró su fábula de "Pedrito y el lobo" pensando en ella. Junto a la mayor parte de la derecha, los empresarios llevan 30 años anunciándonos que viene el lobo. Desde que si ganaba el No en el plebiscito del 88 hasta la agenda laboral de Lagos (pasando por la reforma tributaria de Aylwin, el royalty minero, y muchas otras cosas). Siempre sería el desastre. El fin del futuro esplendor.
Treinta años de falsas alarmas. O de exageraciones evidentes.
Pues bien. Esta vez pocos le creyeron. Y ahora que el lobo lleva varios meses con nosotros, sus efectos ya son evidentes.
La economía está en franca decadencia. Desempleo al alza, inversión a la baja. Inflación al alza, crecimiento a la baja. Todo lo anterior, en gran medida, como consecuencia de la retroexcavadora. De lo que alcanzó a avanzar, o de su itinerario previsto.
Paradójicamente, lo sucedido en estos 16 meses tiene un guión cada vez más parecido al Transantiago. El querer cambiarlo todo rápidamente con mucha utopía y poca racionalidad. En el caso anterior se quiso refundar el transporte capitalino. En este caso se quiso refundar el país. El costo del Transantiago terminó siendo 750 millones de dólares al año. El de "Transchile" podría terminar siendo mucho más.
El Transantiago fue hecho por "expertos" que se equivocaron. El Transchile fue hecho por Peñailillo y Arenas, donde la palabra "equivocación" es estrecha. Sobre Peñailillo, cada antecedente nuevo que se conoce pone un nuevo signo de interrogación acerca de su integridad. Sobre Arenas, los signos de interrogación se agolpan sobre su capacidad.
Ayer Bachelet, tras semanas de advertencias del ministro Rodrigo Valdés, dio la primera señal de claudicación, anunciando que no se podrá cumplir con todo el programa y diciendo a su gabinete que "hay que concentrarse en lo esencial". No alcanzó a ser un mea culpa como el del Transantiago, pero fue un primer paso.
La pregunta de fondo es por qué la Nueva Mayoría deberá claudicar a su programa. Nadie podrá esgrimir los argumentos que se enarbolaron en el pasado, como el poder de veto de la derecha o el temor a los militares. Ni siquiera la crisis internacional, que hasta ahora no existe.
La Nueva Mayoría tenía el programa y los votos. ¿Qué pasó, entonces?
Los antiguos griegos tenían muy claro que la naturaleza establecía límites que no se podían transgredir. Si alguien intentaba hacerlo, la naturaleza aplicaba un castigo (ejemplo de ello era que no se podía mirar el sol directamente, ya que quien tratase de hacerlo quedaría ciego).
Pues bien, en el caso chileno, la naturaleza reaccionó y el deterioro económico se transformó en el verdadero castigo espontáneo. La respuesta de la naturaleza a haber cruzado los límites de la cordura. Algunos están intentando levantar la tesis de que es un "boicot de los empresarios" para tratar de impedir las reformas. Pero sabemos, sin embargo, que ello es absurdo: la economía no tiene ideología.
Hoy la Presidenta está entre la espada y la pared. Si renuncia a su programa, la unidad de la Nueva Mayoría es muy poco viable. Si no lo hace, chocará más fuerte con la realidad. Imaginemos, por ejemplo, los efectos de la asamblea constituyente, donde habría que discutir desde el régimen político del país hasta si mantiene el huemul en el escudo.
Como en las fábulas de Esopo, ya hay una moraleja: los cambios en democracia deben hacerse con gradualidad y sensatez. Pero la respuesta al cómo sigue el Gobierno adelante es difícil de predecir. Lo que sí es claro es que hasta ahora -al igual de lo que ocurrió en el Transantiago- el problema no ha sido solo de implementación: ha sido fundamentalmente de diseño.
AYER, BACHELET, TRAS SEMANAS DE ADVERTENCIAS DEL MINISTRO RODRIGO VALDÉS, DIO LA PRIMERA SEÑAL DE CLAUDICACIÓN. NO ALCANZÓ A SER UN MEA CULPA COMO EL DEL TRANSANTIAGO, PERO FUE UN PRIMER PASO.