El concierto que ofrecieron los New York Chamber Soloists en la Temporada "Fernando Rosas" de la Fundación Beethoven incluyó obras de Haendel, Rossini, Schubert y Mozart en un programa que pudo ser coherente, si el resultado no hubiera sido tan homogéneo, casi desangelado, salvo por las intervenciones de la excelente violinista Rachel Barton Pine.
Los New York Soloists cuentan con doce cuerdas a las que se agregaron en esta ocasión oboes y cornos; con esa instrumentación y con un tempo quedo , el conjunto abordó primero la Obertura y la "Alla Hornpipe" de la Suite en Re Mayor de "La música del agua" (1727). Si las cuerdas sonaron limpias, los cornos fallaron en el ciento por ciento de las veces, lamentable dado el protagonismo que tienen aquí, especialmente en el segundo número. Siguió la tercera de las "Sei Sonate a quattro"(1842), compuestas por un Rossini de doce años para un grupo de aficionados a la música con los que pasaba las vacaciones de verano. Por eso, la combinación de instrumentos original es infrecuente: dos violines, un chelo y un contrabajo. Los Soloists tocaron doblando las partes y dieron buena cuenta de las ideas juveniles de Rossini, elegantes y hasta juguetonas. Destacó Tomoya Aomori en las complejas partes para el contrabajo, que aquí actúa como un solista más.
Luego, Rachel Barton Pine se puso al mando, desde su protagonismo, para el Concierto para violín Nº5 en La Mayor K. 219 (1775). Pine brilló aquí, con sus propias cadenzas y especialmente en el último movimiento, con la interesantísima irrupción alla Turca de un tema geométrico flanqueado por cromatismos al unísono, y rarezas como los col legno en chelos y contrabajos. Como encores , un homenaje al 4 de julio, "Souvenirs d'Amérique. Variations burlesques sur 'Yankee Doodle'", Op. 17 (1844) del belga Henri Vieuxtemps (1820-1881), virtuosística hasta el paroxismo, y el Capricho Nº 5 en La Menor, marcado como "Agitato", de Paganini, que remató con un final del mejor rock.
El concierto terminó con el Rondó para violín y cuerdas en La Mayor (1816), delicado en el tratamiento que hicieron solistas y conjunto, y la Sinfonía Nº 29 en La Mayor K. 201 (1774), un avance magnífico en la producción mozartiana cuyo seductor primer tema suena modernísimo, aun hoy. La entrega, siempre con tempos un tanto más lentos, fue buena a excepción, otra vez, de los cornos. Como encore , el Presto del Divertimento en Re Mayor K. 136 (1772) que mostró que los New York Soloists funcionan mejor como pequeña orquesta de cuerdas.