Salvo una nueva sorpresa, hoy los griegos votan por aceptar o rechazar la propuesta de ayuda de la Unión Europea. Si Alexis Tsipras, el Primer Ministro griego, es exitoso y convence a los votantes para que la rechacen, consolidará su poder y, dada la incertidumbre que devendrá, podrá ejercerlo con gran discrecionalidad. Esto ya fue una realidad la semana pasada con los bancos cerrados y controlando el máximo de efectivo que puede tener cada ciudadano.
El país se sumirá en una crisis mucho más profunda a la vivida hasta ahora, y el esfuerzo que realizara hasta antes de la elección del gobierno actual, que ya empezaba rendir frutos, se habrá perdido. Si por el contrario, los griegos aceptan la propuesta, probablemente deberán elegir un nuevo gobierno.
Se ve remoto este dilema para los chilenos. La única conexión inmediata parecieran ser los efectos que provoque en la economía mundial una salida de Grecia del euro y quizás de la Unión Europea, sobre lo que hablaremos más adelante.
Afortunadamente, lejos estamos de los controles de capital y del corralito de efectivo. Pero sí podemos aprender lecciones de la secuencia de eventos políticos que hacen que una sociedad de personas esencialmente capaces -como los griegos- llegue a esa situación.
Nada indica que los griegos no tengan el potencial para resurgir como lo han hecho los alemanes o para recuperarse, como lo están haciendo los españoles. Y no hace falta remontarnos a los inicios de la civilización occidental para ver ejemplos.
Probablemente, uno de los más notables avances industriales recientes que brinda energía barata favoreciendo el progreso acelerado de los más pobres es el desarrollo de las nuevas técnicas de perforación y fractura para extraer gas y petróleo, antes inaccesibles. El principal innovador responsable de este avance fue un hijo de inmigrantes griegos a Estados Unidos, que cerca de los 90 años siguió intentando, hasta perfeccionar la técnica actual, generando una tremenda contribución económica que solo en el país del norte alcanza a US$ 1 millón de millones de beneficio directo para los consumidores.
La adopción del euro fue una gran oportunidad de progreso para Grecia. Disponer de capital a costos reducidos estaba fuera de su alcance antes de que ello ocurriera. El país se benefició y el bienestar de la población avanzó notablemente durante muchos años. Pero el sistema político aprovechó para crear beneficios adquiridos y expectativas excesivas sin preparar el camino para seguir progresando cuando el viento de cola se agotara o cambiara.
Cuando ello se produce, no hace un buen diagnóstico y demora -aunque finalmente adopta- decisiones para acomodarse. Sin embargo, en este proceso comienzan a ver al resto de Europa, particularmente a Alemania, como el adversario y culpable de su situación y no como el socio dispuesto a darles las facilidades para cambiar y amoldarse. Finalmente llega un líder político audaz que exacerba esta animadversión y hoy les propone saltar al vacío para consolidar su autoridad.
Cuando Chile adoptó una economía abierta y competitiva, con fuerte presencia de emprendedores, generó un progreso sin precedentes en su historia, que llega a todos y en todos los planos.
Al diluirse la motivación por reforzar este camino, el precio del cobre nos ayudó, pero al igual que en el caso griego, el sistema político exacerbó las expectativas y, en la medida en que se hace difícil cumplirlas, se transforma a las empresas y al sistema económico en el responsable de sus frustraciones.
Los políticos audaces también han aparecido en Chile, y ya hemos dado algunos saltos al vacío. La educación es uno de ellos, área en que el país había progresado notablemente; por ejemplo, en la cobertura de la educación superior de los sectores más vulnerables, y que hoy arriesgamos.
Están latentes propuestas para seguir en este espíritu en temas aún más delicados, como el intento de generar una asamblea constituyente y poner todo el tejido básico de nuestra convivencia pacífica en riesgo.
Si finalmente la decisión de Grecia se alinea con los deseos de Tsipras y el país se desliza fuera del euro o, peor aún, de la Unión Europea, sin duda habrá volatilidad en los mercados, como por lo demás ya se observa.
Sin embargo, no se divisa la posibilidad de una crisis sistémica o grandes efectos para Chile. Europa experimenta una recuperación robusta. Los otros países que sufrieron crisis como España e Italia están creciendo y con superávits de cuenta corriente importantes. Rumania y Bulgaria, con gran presencia de bancos griegos, enfrentarán mayores dificultades, pero no se visualiza un riesgo global. Grecia es el 1,98% de la economía de la Eurozona y el fuerte retroceso que sufrirá no tendrá en ella impacto significativo.
En esta semana, la economía griega empezó a saborear el efecto de la pérdida de la integración de su sistema financiero con Europa. El corralito y el control de capitales implementado tendrán consecuencias negativas enormes en el corto y mediano plazo.
Es curioso que la población y sus líderes no hayan apreciado el esfuerzo que la Unión hacía a través del Banco Central Europeo para sostener a los bancos griegos. Una línea de 89 mil millones de euros facilitaba enormemente sus esfuerzos de adecuación y del que ahora no podrán contar con montos adicionales. Muy distinto hubiera sido el destino de algunos países latinoamericanos ante crisis similares si hubieran contado con ese respaldo.
En Chile, el impacto del ataque en todos los frentes a los emprendedores y a la iniciativa y libertad individuales está teniendo efectos notorios. Las últimas cifras de crecimiento son magras y el mercado no espera un crecimiento mayor al 2,5% para el año. Esto es, mayor pobreza.
El propio Banco Central concluye que una parte importante de la involución de nuestra economía se explica por las expectativas internas. Ello no tiene otro nombre que incertidumbre política. De nosotros depende que ante las mayores dificultades de satisfacer las expectativas con un menor crecimiento evitemos el camino que a lo mejor eligen los griegos hoy: saltar al vacío impulsados por líderes oportunistas y ansiosos de poder.