La historia de Grecia es la más larga de Europa. Hasta el año 1952 se pensaba que había comenzado cerca del año 1.000 a.C, pero el 1 de julio de ese año un arquitecto inglés, Michael Ventris, aficionado desde niño a las lenguas clásicas, anunció que había logrado descifrar una de las escrituras de la civilización creto-micénica, el Lineal B. Los cientos de tablillas descubiertas en las ruinas de palacios destruidos contenían, para decepción de los que habían leído en ellas mitologías fantásticas o grandes epopeyas, solo contabilidad. Sin embargo, el gran aporte del descubrimiento de Ventris consistió en demostrar que esas tablillas estaban escritas en un idioma griego arcaico y, de este modo, la historia de Grecia se expandió, por lo menos, 1.000 años hacia atrás. Es inabarcable lo que Europa debe a ese pequeño espacio geográfico, a ese pueblo extraordinario en sus más de 4 mil años de existencia, no simplemente como un patrimonio pasado que cuidar y admirar, sino como un pensamiento vivo que, en buena medida, todavía nos moldea y hace reflexionar. Si nos colocamos en esa perspectiva, la encrucijada actual del pueblo heleno es trágica y mezquina a la vez.
Estoy seguro de que existen argumentos poderosos para sumarse al rechazo de los líderes europeos a la irresponsabilidad económica de los gobiernos helenos que llevaron a su nación a la situación humillante en que ahora se encuentra. Con todo, ¿es posible concebir Europa sin Grecia? El proyecto de una "Unión Europea" (siendo, incluso, Europa, un término griego) no quedaría acaso trunco sin la nación fundante, originaria y emblemática? Se me ocurre que esta es la interrogante que los dirigentes europeos deben considerar y responder. El alejamiento de Grecia no es equivalente al alejamiento de cualquier otra nación. Sin Grecia, Europa habrá amputado un elemento esencial en su definición (me remito a la clarísima reflexión que sobre este punto lleva a cabo George Steiner en "La idea de Europa"). Así, sería vulgar y profundamente equivocado considerar Europa como un pacto puramente financiero y pragmático, desconociendo la dimensión simbólica e histórica. Si la institucionalidad europea, tal cual existe hoy, condujo a este absurdo callejón sin salida, quiere decir que algo viene fallando en esa institucionalidad desde hace bastante tiempo. El sueño de una Europa unida, de una Europa que se constituye como una única y gran nación y sustituye a ese conglomerado de pueblos belicosos, protagonistas de tantas y sanguinarias guerras, tambalea, sin duda, severamente si se deja afuera al pueblo en el cual se originó la historia de ese sueño. Europa es, en buena medida, un legado de Grecia.