Las presidentas Michelle Bachelet y Dilma Rousseff atraviesan por situaciones críticas similares. Habría que esperar de ellas reacciones parecidas para sacar adelante a sus países. Hasta ahora eso no ha ocurrido. Van en distintas direcciones.
Rousseff asumió su liderazgo para ajustar el gasto público en su segundo período. Está dispuesta a resistir presiones políticas y sociales. Busca atraer la confianza de los agentes económicos para aumentar el bienestar de su pueblo.
"Brasil ya decidió su camino. En Chile estamos en la incertidumbre". No sabemos a dónde vamos. La impronta ha sido el impulso desmedido de reformas radicales, mal diseñadas e improvisadas, que provocan desorden y expectativas frustradas. Hay desazón, desconcierto y los avances logrados están en peligro por el estatismo prevaleciente.
Dilma sabe que Brasil atravesará por otro año sin crecimiento: después fructificarían los recortes al presupuesto y a los subsidios, los billonarios programas de concesiones y de infraestructura y algunas medidas liberalizadoras que incluyen privatizaciones, simplificación de los impuestos y apertura a los mercados externos. Para llevar adelante esa agenda escogió un gabinete encabezado por un ministro de Hacienda, banquero y educado en la Universidad de Chicago, al que apoya férreamente.
En política exterior Rousseff ha dado señales de alejamiento de Maduro afirmando que en su país no se encarcela a los opositores. Nada parecido hemos escuchado del gobierno chileno, que permanece en el mutismo frente a los abusos del venezolano.
Importantes son las señales brasileñas de independencia del Mercosur. Si Argentina continua obstaculizando, procederá directamente a convenir con Europa libertades comerciales.
En los próximos días la Presidenta Rousseff visitará a Obama después de haberle cancelado la cita el año pasado y congelado esa relación, tras haber sido espiada por los servicios de inteligencia norteamericanos.
La situación de Brasil llegó a límites increíbles. El rechazo a su Presidenta registra un 65%. La economía y el inmenso mercado y potencial brasileños, despilfarrados: recesión, proteccionismo, desinversión, inflación que podría llegar al 9%, déficit fiscal superior al 5%, en medio de una corrupción rampante que afectó no solo a Petrobras en billones de dólares, sino que también a todo el programa energético y a la inversión nacional y extranjera.
En Chile hay claridad en la política exterior y confusión grave en la interna. Para adoptar giros rectificadores, la Presidenta Bachelet no debería esperar a que Chile llegue hasta donde se precipitó Brasil. Tiene a su favor logros de los cuales ella fue parte en su gobierno anterior, y una imagen país y una economía que, aunque en deterioro, pueden revertirse con liderazgo.