El dedo de Gonzalo Jara inserto entre los glúteos de Edinson Cavani es inaceptable. Quien defienda el "procedimiento" tiene una visión atrofiada del fútbol, una idea desnaturalizada del deporte, más propia del que vive acomplejado porque Chile nunca ha ganado un título trascendente y que anhela hacerlo a como dé lugar, al filo de la ley, coqueteando con la trampa, habitando esas zonas opacas que diferencian la nobleza de la infamia.
No es argumentable bajo ninguna arista dialéctica o pragmática que la performance del defensor haya sido eficaz en incontables partidos decisivos para provocar, desconcentrar, agredir, dominar y otros tantos verbos ad hoc que se esgrimen para obtener ventajas engañosas. Esa justificación que se escuda en una comparación cínica de las epopeyas del fútbol del Atlántico solo agrava la falta, como el que roba porque el vecino también lo hace.
El hecho relevante es que el dedo de Jara fue un factor que incidió en el resultado porque dejó a Uruguay en inferioridad numérica y con una descompensación psicológica de la que no se logró sacudir más. Chile, seamos precisos, no ganó por la mano enquistada en el trasero del uruguayo, pero la falta del zaguero le dio al partido una textura, una tensión dramática, que benefició a una selección nacional que requería de una inyección anímica. Y si hoy se discute más la acción antirreglamentaria de Jara que el gol de Mauricio Isla no es porque sea un hecho anecdótico, sino porque fue un hito dentro de un juego de fuerzas equilibradas en que al equipo dominador le costaba mucho materializar su buen desempeño en la cancha.
El riesgo de confundir los planos de los méritos deportivos se acrecienta cuando el debate no contempla un parámetro ético de las conductas, sino que la referencia es el juicio popular, en el que por lo general predomina la conquista del propósito por sobre los recursos empleados. El eslogan "ganamos a la uruguaya, perdieron a la chilena" contiene una carga valórica que es tan lamentable como la hipócrita puesta en escena del "Maestro" Tabárez y su plantel, potenciada por un sector de la prensa e hinchas charrúas, que rasgaron vestiduras por el trato arbitral que les costó las expulsiones ante Chile.
Cuando el genio apunta a la Luna, el tonto se queda mirando al dedo, reza el proverbio. Da la impresión de que después del miércoles por la noche pocos quisieron mirar hacia el cielo.