Konstantin Chudovsky no está en su elemento en Puccini; al menos no en "Madama Butterfly" (1904), que requiere de una batuta comprometida con el estilo y que pueda transmitir el clima emocional que se encuentra en la conjunción de infinitos detalles, énfasis y matices, muchos de ellos pasados por alto. El sonido fue flexible, suntuoso y desenvuelto, pero el aporte expresivo estuvo relegado a la trastienda. El caudal discreto de las voces impidió un adecuado equilibrio entre foso y escena. El coro logró buenos resultados tanto en la entrada de Butterfly como en el evocador coro de pescadores con la boca cerrada.
La dirección escénica de Hugo de Ana tuvo a su favor el encuadre de la puesta, apaisado y abierto al horizonte, donde la casa de Cio Cio San (un cubo de metal central con otros dos laterales) en algún momento parece flotar sobre el cielo o sobre el mar, que cambian de color según la hora del día o la intensidad del drama, transmitiendo, gracias a la transparencia de los materiales en juego, una desoladora sensación de lejanía o de algo que se pierde irremediablemente. El problema es que a esto se agrega una profusión confusa y barroca de elementos que insisten en la idea de un Japón decorativo, algo caricaturesco, donde comparecen elementos del teatro Noh, un equipo de ninjas, seres del teatro de máscaras con banderas estadounidenses y, en lo que podríamos llamar el sueño de Cio Cio San, gigantografías cinematográficas de la llegada de Pinkerton (con imágenes que no pertenecen a los cantantes en escena) mezcladas con los diseños famosos del mar de Katsushika Hokusai y con tomas del barco Abraham Lincoln. Un bonito detalle pudo ser una mariposa en movimiento, pero el recurso se vuelve excesivo e infantil, lo mismo que superponer a la caída de las flores unos plumeros blancos que al parecer representaban a los cerezos. En este caso, más fue menos, y se perdió la intimidad. Entre las ideas de régie cabe destacar que la acción se desarrolla después de la Segunda Guerra Mundial, a juzgar por la "falda plato" que luce Kate Pinkerton, convertida en una mujer desagradable, poco empática y fumadora que le da una bien merecida cachetada a su marido.
En su primera vez como Butterfly, la soprano Keri Alkema fue creciendo a medida que transcurría la ópera. Pero tiene mucho que trabajar en términos escénicos y también en descubrir las "palabras clave" de Cio Cio San para subrayarlas dramáticamente; su voz -que acusó un insistente vibrato en el primer acto- funciona mejor en las pequeñas cosas y los pianísimos, algunos muy hermosos, pero no tiene la plenitud del agudo ni la solidez del centro y los graves que necesita este papel. El ingrato rol de Pinkerton estuvo a cargo del tenor Zach Borichevsky, poco audible, inadecuado para el rol, con un timbre de frecuencia muy clara y actor inexperto. El barítono Trevor Scheunemann cumplió como Sharpless, pero también en su caso el trabajo vocal y el teatral deben madurar. Sin tener una gran voz, la mezzo Cornelia Oncioiu conmovió como Suzuki. Completaron apropiadamente el elenco Gonzalo Araya (Goro), Cristián Lorca (quien cantó el tío Bonzo desde afuera del escenario), Pablo Oyanedel (Yamadori) y Marcela González (Kate).