Ardua tarea es cultivar el criterio en política y en la vida en general. Es lo que se utiliza al aplicar un propósito provisto de teorización a una situación determinada, y para ello medimos el alcance práctico que poseen nuestras ideas: no son pura intuición ni pura teorización. Esto, porque en el mundo político hemos vivido -entiendo que esquematizo- entre las izquierdas que sobrevaloran las ideas racionales, y las derechas que las ignoran. De lo que requerimos es del criterio político que vincula ideas generales y teorías a una realidad específica, y la transforma en la medida que esta última las puede digerir sin desbarajustar toda la arquitectura de un país, y que ojalá se trate del que sea lo más civilizado posible o que propenda a ese estado.
El criterio en cuestión es avaro en esta América, de lo que no se excluye a nuestro Chile. En lo grande y en lo pequeño, aunque jamás haya nada que sea insignificante. Una decisión en principio inocua es también el hilo que desenrolla una madeja más compleja. El horario de verano extendido a todo el año podría pasar como un primer ejemplo. El cambio de hora comenzó en 1968, explicable por la sequía de ese año; los cambios tecnológicos hicieron que a la larga poco se ahorrara. En cambio en primavera y verano nos quedó una luz natural más extendida, de tardes maravillosas; por carambola terminó siendo una buena idea. Muy chileno, se abusa de ella (comenzó en 2009) terminando este año por convertirse en una mala idea que comprensiblemente irrita a la gente.
Peregrina la idea de limitar de un plumazo los mandatos de los parlamentarios. Se han indicado algunos de los problemas que crearía, como la irresponsabilidad ante el futuro. Agrego que se olvida que existen tanto las familias de vocación política -que en un país pequeño tanto pesa- como vocaciones de dedicación a la política o preferencias profesionales por los asuntos públicos. Ninguna clase política ni ninguna república auténtica puede perdurar sin estas afinidades electivas de larga vida. ¿No sería mejor en cambio -si es que cada vez se reeligen demasiados- fijar cuotas más o menos formales de la cantidad de parlamentarios que pueden ser reelegidos?
Un tercer ejemplo es la incurable manía latinoamericana, que reproducimos, de que todo problema o desazón se supera con la dictación de nuevas leyes. En este caso es esa fuerza entre bruta y de intelectualismo desenraizado que empuja a redactar una nueva Constitución, por el medio que sea y a cualquier costo, indiferente a su resultado, porque el medio que se usó se supone democrático. El mal de Chile -que se cree haber identificado- se cura con una Carta. Es el mismo cuento del sofá de don Otto, maldición que nos persigue con pertinacia.
De este criterio político hemos estado escasos (no siempre, el país se posesionó de este criterio entre fines de los años 80 y comienzos de los 90). Si aceptamos para estos fines traducir judgement por "criterio", Isaiah Berlin lo definió: "Sabiduría práctica, razón práctica, quizá un sentido de 'lo que funcionará' y de lo que no. Es una capacidad, en primer lugar, para la síntesis antes que para el análisis, para el conocimiento en el sentido de que los adiestradores conocen a sus animales, o los padres a sus hijos, o los directores a sus orquestas, distinto de aquello mediante lo cual los químicos conocen los contenidos de su tubo de ensayo, o los matemáticos conocen las reglas que obedecen sus símbolos (...) Lo único que pretendo negar, o al menos poner en duda, es la veracidad del aforismo de Freud según el cual mientras la ciencia no pueda explicarlo todo, nada más podrá hacerlo".