Nada más sano que el reclamo. Es como el derecho humano por excelencia y una condición de salud mental. El reclamo es necesario para sentir que existimos para otros, que lo pensamos que tiene sentido y valor para los demás. Sabemos por la historia lo que ocurre en las sociedades donde hay que guardar silencio, donde decir lo que se piensa es delito.
Alegar es distinto. No hay una proposición detrás del alegato. Es el gusto de desahogar nuestras opiniones y posturas sin tener que hacernos cargos de las soluciones.
Hoy alegar es la moda. Contra todo. Sin parar. Sin hacer nada para cambiar aquello que me disgusta. Que lo hagan otros. Y es aquí donde mi acto de alegar deja de ser sano. Cuando no somos responsables de nuestras opiniones ni estamos dispuestos a hacer nada para cambiar.
Ejemplo trivial y cotidiano: somos capaces de alegar sin parar contra la agresividad de la gente que maneja. El estrés de andar en la calle es un lugar común, y es de verdad un grave factor de estrés. Los que alegan pero tocan bocinas o insultan, solo hacen un acto vacío. No tiene valor. No por razones morales, sino por razones psíquicas. A la larga, que todo lo que nos molesta solo dependa de otros va generando impotencia y rabia. Lo mismo con la evasión de impuestos, con el mal trato, con el abuso, con todo lo que nos afecta a todos.
La gran disculpa es que nada va a cambiar si solo yo cambio. No es así. La que cambio soy yo. Y eso es mucho. La responsabilidad no es un peso agobiante del deber. Es una manera de estar parada ante la vida, tomando decisiones. Nunca es inútil, nunca. También me cambia mi yo social. Yo propongo, no alego. Yo cambio en lo que puedo cambiar.
Esto que pasa en la vida social nos pasa también en las vidas personales. Repetimos y luego alegamos. Eso es deprimente. Quiere decir que repito porque solo otro puede cambiarme, o crear las condiciones para mi propio cambio. Y lo duro es aceptar que los seres humanos solo cambiamos si optamos por el cambio. Puedo pedir ayuda, puedo consultar, puedo invitar a otros a hace cambios conmigo. Pero la voluntad de cambiar el alegato por las acción solo puede venir de nosotros mismos.
¿Mala noticia? No, al revés. Quiere decir que yo también decido cómo quiero vivir.