Por varias razones uno puede quedar perplejo al ver esta obra de Marius von Mayenburg: La crisis de credibilidad, que nos parecía tan nacional, y que es el centro de esta obra, es más extendida de lo que creíamos. Además que un autor actual emplee los procedimientos del Teatro del Absurdo, cuya vigencia parecía haber concluido, por lo menos, sorprende. Su humor, con muchas referencias cultas, aunque harto evidentes, resulta un tanto anómalo. Pero quedamos perplejos al ver que la crisis de confianza llega hasta hacernos dudar de la propia existencia.
La obra parece ser sólo una sucesión de escenas un tanto graciosas por su incoherencia, pero llevan hacia una verdad clara. En el Teatro del Absurdo clásico, esas verdades eran la incomunicación, el sinsentido. En esta obra es la percepción de que todo es falso, la confianza es una ingenuidad, la veracidad no existe. Se llega a dudar de todo. "Perplejo" ha tenido éxito donde se ha presentado: Alemania, Francia, España, Estados Unidos, países latinoamericanos. Parece graciosa, pero es devastadora. No poder confiar en nada es la tragedia de nuestro tiempo. En eso Von Mayenburg es certero.
La estructura central es clara. En medio de todos los juegos, se mantiene la expectativa respecto de una caja que ha llegado en el correo. Roberto pide a gritos la correspondencia; Eva la trae, e instala la caja, que permanecerá allí desde la primera escena. Varias veces aluden a ella, pero sin tocarla. Hacia el final, cuando Roberto se decide a abrirla, a pesar de la oposición de los demás, encuentra allí una carta y un objeto que desatan el absurdo mayor, dudar de la propia realidad. Allí se enlaza toda la secuencia de escenas.
La inseguridad se va instalando progresivamente: ¿quiénes son los que viven en el departamento? Entendemos que son Roberto y Eva, pero luego parecen ser Sebastián y Judith. En el departamento no hay luz, porque Roberto no pagó la cuenta, pero Sebastián la enciende sin ningún problema, y con sorna explica lo que es un interruptor. Los cuatro personajes forman dos parejas, pero en algunas escenas Roberto es el esposo de Eva y en otras es pareja de Judith. El departamento al que llegan después de vacaciones es el mismo al que llegan en la montaña. No hay certeza de nada.
La falsedad y la destrucción pueden llegar a referirse al teatro en sí mismo. Después de una tormentosa escena en que el niño Roberto acusa a sus padres de nazis, Sebastián considera que debe dar explicaciones al público, y se dirige directamente a él, pero Eva, ahora su pareja, le hace ver la incoherencia de estar hablando ante una pared; allí no hay público; está la cuarta pared. Sin embargo, poco después ambos sienten que hay personas sentadas mirándolos, pero no puede ser; ahí hay sólo una cuarta pared. Otra falsedad. En el último cuadro entra un ayudante a sacar los elementos del escenario. Eva se extraña: ¿cómo los van a sacar si no ha terminado la obra? Él insiste, tiene la orden de retirarlos, pero de qué se admira, es un recurso clásico del teatro, al final sacar la escenografía para hacer notar que todo es pura ficción. Y recordamos el final de "El cepillo de dientes", de Jorge Díaz.
Luis Ureta, con amplia experiencia en la dirección de obras de autores alemanes contemporáneos, enfatiza los climas diferentes de cada escena. Hace comedia, aunque el sentido permanece trágico. Utiliza al extremo la versatilidad de Carlos Ugarte, parece estimularle incluso la sobreactuación. Sebastián Layseca maneja bien sus personajes y da seguridad al conjunto. Begoña Basauri tiene cambios intensos en sus diferentes personajes; vemos su indignación cuando no la reconocen como volcán, maneja su atractivo cuando, como institutriz extranjera, atrae al padre del niño. Macarena Silva juega bien los cambios de su Judith, y llega a ser muy dura como la administradora nazi del lugar de vacaciones. La escenografía de Rocío Hernández tiene una bien diseñada disposición diagonal, crea climas diferentes con pocos cambios de luz y es muy funcional.
Al concluir, para que recobremos la tranquilidad, el conjunto vuelve a esa escena vacía y nos canta una canción de cuna, "duérmete mi niño, duérmete confiado, todo ha estado bien, duérmete confiado". Pero nada ha estado bien, y sería ingenuo estar confiado.
Quizás nos desoriente la serie de juegos incoherentes, pero si los entendemos bien, compartiremos la perplejidad de Roberto al sacar de la caja su cabeza cercenada; no puede estar seguro ni siquiera de si está vivo o no. Es un absurdo, pero enfatiza la incerteza total.
Teatro Finis Terrae
Dirección: Luis Ureta
Actuación: Begoña Basauri, Carlos Ugarte.
Hasta el 12 de julio.
Días: jueves a domingo.