Cuando la Concertación perdió el gobierno en las elecciones del 2009 a manos de Sebastián Piñera, un numeroso grupo de sus militantes quedó en el desamparo económico y político.
Los más destacados, por supuesto, no vivieron ese problema, pues rápidamente ocuparon posiciones políticas y en otro tipo de instituciones que les permitían escapar del ostracismo.
Pero un grupo importante se quedó sin una fuente de ingresos comparable con la que tenían luego de veinte años de vivir del Estado. Perdieron también posiciones de poder. Recién cayeron en cuenta que la alternancia en el poder, elemento consustancial de una democracia moderna, tenía ese peligro.
No era lo que ellos querían. Su proyecto era distinto: una sociedad socialista en la que pudieran administrar, de manera permanente, el aparato del Estado. Idearon entonces un plan para cambiar Chile de manera radical.
La primera parte de ese plan se ejecutó a la perfección. Consistía en demoler la legitimidad de la institucionalidad que nos había regido por veinte años, que un destacado columnista de la plaza denomina modernización capitalista, y que permitía la peligrosa alternancia. Para ello se trabajó sistemáticamente en deteriorar la confianza y las instituciones de nuestro país.
Los arietes en esta ofensiva eran la desigualdad, el abuso y el lucro; tres características presentes en nuestra sociedad y no habían sido suficientemente destacadas. Instalaron entonces la sensación de que nuestra sociedad estaba dominada por estos tres elementos y que las desventuras que sufrían muchos chilenos pobres y de clase media para llegar a fin de mes era culpa de esta tríada, o sea de los poderosos.
Yo soy pobre, porque tú eres rico: la vieja lucha de clases.
En este intento no trepidaron en destruir instituciones y atacaron sin piedad al gobierno de Sebastián Piñera. Apoyados en ciertas debilidades, hicieron imputaciones temerarias acerca del manejo de las estadísticas oficiales de pobreza y atacaron al INE. Contaron para ello con la complicidad de ciertos académicos de centroizquierda.
Lograron así su objetivo de colocar nuevamente a Michelle Bachelet en el poder.
Pero la segunda parte del plan ha sido un desastre.
El radical programa de transformación de la sociedad chilena no se sustenta. Mal concebido y peor ejecutado, ataca al corazón de la clase media chilena y pretende imponerle cosas que la mayoría no quiere. Supone que, como por arte de magia, la economía sigue funcionando como antes pese a que se han subido violentamente los impuestos, se pretende rigidizar el mercado laboral y se pone en entredicho el derecho de propiedad.
El programa de Bachelet se ha derrumbado.
La defenestración de Peñailillo y Arenas y su reemplazo por Burgos y Valdés fue un indicio de que aún hay en la Presidenta un cierto sentido de realidad. Pero el problema es que estos ministros no han sido empoderados por ella e intentan cumplir sus mandatos como si caminaran sobre huevos.
Tienen buenas intenciones y ninguna estrategia para cambiar el fracasado plan de gobierno de Bachelet.
Así las cosas, el pronóstico no es bueno. Las intenciones no bastan para cambiar y lo más probable es que tengamos un gobierno que siga oscilando entre el populismo y la incompetencia y con una economía estancada.
El problema es que eso no es bueno para el país. Entre otras cosas porque a este gobierno le queda mucho tiempo.
Y allí es donde uno se pregunta: ¿En qué está la gente sensata que condujo la Concertación durante veinte años?
Porque los Ricardo Lagos, los Gutenberg Martínez, los Camilo Escalona y los Sergio Bitar, por nombrar algunos, no pueden estar contentos con lo que está pasando.
Si había una disputa intelectual entre la Concertación y la Nueva Mayoría, esta ya se dilucidó, con triunfo por paliza de la Concertación. Falta ahora que alguien tome esas banderas y transforme la victoria intelectual en victoria política. El PPD y la Democracia Cristiana requieren un cambio de liderazgo.
La autoridad intelectual y moral tiene que manifestarse ahora como autoridad real y política. Si no se hace pronto, seguiremos en el marasmo, porque la Nueva Mayoría no va más.
SI HABÍA UNA DISPUTA INTELECTUAL ENTRE LA CONCERTACIÓN Y LA NUEVA MAYORÍA, ESTA YA SE DILUCIDÓ, CON TRIUNFO POR PALIZA DE LA CONCERTACIÓN.