El próximo 22 de junio es el centenario de su natalicio. Fue un genuino pensador chileno, a la vez provisto de una palabra universal. Nuestro medio intelectual recuerda en especial a Mario Góngora del Campo por su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (1982), un diagnóstico del momento a la luz de una extensa meditación de la historia de Chile en los siglos XIX y XX. Como en tanta experiencia del pensar la historia en sus grandes interpretaciones modernas, la de este chileno está empapada de un pesimismo fundamental y a la vez descansa en una esperanza que puede redimir la experiencia concreta de vivir (y morir en) la historia.
En realidad, las ideas del Ensayo deben ser comprendidas como parte de una interpelación pública que efectuaba el autor desde la segunda mitad de los sesenta, primero en la revista Dilemas y después en entrevistas y breves pero densas intervenciones en los medios. Mario Góngora surgió como un intenso polemista en los años 1930, para después transmutarse en un ensimismado historiador y profesor universitario, señero en su especialidad. Lo fue hasta el final de su vida. Solo que los acontecimientos políticos y espirituales en Chile y en la modernidad que se expresaba en la Iglesia lo llevaron de nuevo al foco, esta vez en plena madurez de su expresión.
En lo político, las meditaciones finales lo hacen revaluar el papel de la democracia, la que antes había evocado en él un moderado escepticismo; ahora la acepta obedeciendo al sentido práctico. La democracia -junto a la monarquía y a la aristocracia y lo ideal, destaca, es lo mixto- es para él un principio de legitimidad. La dictadura en cambio es una "monarquía ilegal". "En América española, el dogma jurídico natural, después de 1810, es la democracia y, por lo tanto, yo lo profeso. Pero lo esencial es que la mayoría no impida la libertad de las minorías y de los individuos excepcionales, que la democracia no sea tiránica como la que en Atenas condenó a Sócrates. Yo creo que, en cierto modo, la democracia ha funcionado en América, pero ese consentimiento popular no puede expresarse al modo europeo. Acá se da una forma de democracia caudillesca, plebiscitaria (...) (si nos referimos) a democracias más similares a la europea, en el siglo XIX y, hasta cierto punto, entre 1932 y 1970 Chile fue un ejemplo de una democracia civilista". Es como leer dos formas fundamentales de organización de la república, dos modelos en competencia hacia donde se orienta la democracia latinoamericana, modalidades contradictorias que pueden crecer en una misma nación. No terminamos de emerger de esta dualidad entre lo caudillesco por un lado; y lo civil de auténtica clase política, modelo al que Chile se ha aproximado, salvo por los quiebres cada ciertas décadas.
La política no es suficiente como mediación entre los logros materiales, producidos por la técnica, y los valores culturales y espirituales que son los únicos que otorgan sentido a la vida más allá de la adquisición de poder. La perla más preciada de Mario Góngora radica en pasajes como este: "La civilización técnica, en principio, parece tener como meta 'alcanzable', si no hoy, al menos en un futuro predecible, la satisfacción de todas las necesidades humanas. Pero ese futuro pertenece al mundo cerrado de la inmanencia, a un tiempo futuro que no es sino la proyección del presente. En cambio, la Esperanza pertenece a la esfera de lo que parece humanamente imposible, imprevisible, a un mundo abierto e ilimitado (...) El sentido de la Esperanza radica en lo no calculable".
Palabras para meditar a treinta años de su muerte y a cien de su nacimiento.