Sismos, incendios, negligencia. Por distintas desgracias, muchos edificios patrimoniales son hoy cáscaras vacías. Pero en muchas ocasiones son los mismos arquitectos los que desuellan con alevosía la obra, incapaces de dialogar con la memoria de un lugar o de sacar lecciones del pasado. Bajo los nefastos principios de tabula rasa del Movimiento Moderno y un sistemático desdén por el eclecticismo beauxartiano, se formó a muchas generaciones de colegas que hoy digieren con dificultad el concepto de conservación patrimonial. Cuando resulta inaceptable que un fragmento antiguo comande lo nuevo, el proyecto cae en el fachadismo, una convivencia forzada y sin ganadores. En los casos más dramáticos, los restos patrimoniales parecen ser deliberadamente exhibidos como un cadáver mutilado. De la misma forma en que en otros tiempos bárbaros se amedrentaba a los enemigos después de la batalla, algunos proyectos parecen vociferar: "¡Mira lo que sucederá contigo, pasado incomprensible!".
Y es que se requiere de un considerable ejercicio de entendimiento para traer otra vez a la vida la calavera del pasado. Comprender, por ejemplo, que una fachada moderna -porque la gran mayoría de nuestro patrimonio es de los modernos siglos XIX y XX- no es una máscara superpuesta, sino la expresión de una lógica interior. Que la geometría expresa la presencia de estructura y las nobles alturas de sus espacios. Que hay un orden, un ritmo musical que el edificio ofrece al nuevo proyecto. Cuando detrás se hace correr un muro cortina sordo e inmutable, las ventanas -los ojos del alma de un edificio- aparecen como cuencas vacías. Del mismo modo, el estilo es un repertorio acotado de palabras en las que el anciano edificio comunica su sentido. Una cortesía es descifrarlo y no irrumpir patéticamente, balbuceando en un idioma que nos suena parecido, pero que en realidad es de un país lejano.
Sin articulación de lo nuevo con lo existente, el pasado queda como reliquia museal, como objeto arqueológico hermético e inerte. Un memento mori de un pasado discontinuo, símbolo del fracaso de nuestro presente para interpretar su cultura con coherencia.