Junto con el calor que llevó "una ola africana" a España y que subió los termómetros a niveles inimaginables para la primavera, parece que la crisis que afectaba a la península está en plena retirada.
Eso es posible verlo en la cantidad de bares que han reabierto y en el gentío que se "echa a las calles" para disfrutar de tiempos mejores. Las terrazas de La Castellana han vuelto a llenarse de parroquianos y ya no se ven locales cerrados como hasta hace poco. El turismo invade de nuevo las vías de la capital española, colapsando su capacidad hotelera y alegrando a los comerciantes. En el día de San Isidro, el patrono de Madrid, el tumulto en el centro era descomunal. Además de madrileños con trajes típicos -no faltaron atavíos goyescos-, alemanes, italianos, rusos, franceses e ingleses disfrutaban riendo, comiendo y tomando a manos y jarros llenos.
Lo curioso -y un poco triste- es el fenómeno que se produce entre la tradición y lo que espera el turismo. Paella, tapas y sangría parecen ser lo único que se ha comido y se come en el centro de Madrid. Todo sea por el turista que exige esos emblemas de la gastronomía española y que se preparan casi industrialmente. Por otra parte, se continúa ofreciendo el bocadillo de calamares (rebozados y fritos en una baguetteindividual), tan típico de allí. Así como las rosquillas que se hacen especialmente para la fecha de San Isidro y que comen de capitán a paje.
El maravilloso cocido madrileño se deja de hacer por las más que justificadas razones climáticas y el rabo de toro, típico de estas fechas, época de los grandes encuentros taurinos, es casi de arqueología. Pocos lugares lo ofrecen y ha perdido la fuerza que lo hacía un imperdible.
Si bien hay esfuerzos más gourmets, como las tiendas que ofrecen todo tipo de jamones en porciones pequeñas o en cucuruchos para disfrutar por la calle, los locales del Museo del Jamón (feos, estandarizados y ya rendidos al turismo) siguen a tope. Habrá que ver, finalmente, hacia dónde evoluciona la oferta gastronómica de las ciudades turística. Toda una incertidumbre.