En el concierto del sábado de la Orquesta Sinfónica de Chile, la belleza de las formas clásicas y la belleza desolada que responde a las angustias existenciales del hombre moderno se encarnaron en dos obras muy disímiles pero igualmente cautivantes: la Sinfonía "El redoble de timbal", de Haydn (1795), y la Sinfonía Nº 2 "The Age of Anxiety" ("La edad de la ansiedad", 1949), de Leonard Bernstein. Junto a la orquesta, los artífices fueron la pianista Beatrice Berthold y el director Martin Sieghart.
Haydn siempre es una gratísima sorpresa para quien, con una audición alerta, esté dispuesto a descubrir los tesoros que pueblan su lenguaje. Aunque su lugar en la "santísima trinidad" clásico-vienesa tienda a empalidecer -muy injustamente- al lado de Mozart y Beethoven, basta con oír algunos de sus cuartetos de cuerdas a partir del opus 20 y algunas de sus sinfonías maduras para que se despliegue la magnitud del genio. En la Sinfonía Nº 103 (la penúltima que compuso), el mero inicio, primero con el redoble del timbal y luego con el unísono de fagotes, chelos y contrabajos, constituye un pasaje inusitado, una búsqueda experimental que es el anticipo de originalidades que encontraremos luego a cada paso. Las variaciones en el Andante son una joya (excelentes los solos del concertino Alberto Dourthé) y el último movimiento es un final característicamente regocijante. Todo esto fue plasmado por una orquesta de fino y elegante sonido en una versión radiante. Para recordar.
Dos son los referentes que están detrás de la Sinfonía Nº 2 de Bernstein. El literario: el extenso y complejo poema "The Age of Anxiety", del británico W. H. Auden; el visual: un paradigmático cuadro del realista norteamericano Edward Hopper. Las imágenes poéticas y visuales giran en torno a la guerra, la desesperanza, el aislamiento y la soledad en la gran ciudad y la frágil (una máscara) confianza en el futuro. Con estos elementos, Bernstein construye una música que, sin desconocer las influencias ocasionales de Copland o Ives, es de una notable originalidad, inconfundiblemente made in U.S.A. Bernstein es en esencia un compositor para la escena, y el rol del piano solista es el de un personaje inserto en la tragedia urbana. Beatrice Berthold se enseñoreó de la partitura, actuando su rol con maestría, derroche de técnica en los pasajes con jazz flavor y exquisita sensibilidad.
Sieghart demostró en ambas obras, sin oropeles ni aspavientos, su incuestionable autoridad, y debe agradecerse su presencia frente a la Sinfónica.