Juan Pablo Rozas (1948) publicó hace dos años su primera novela, La franja , un relato de breve extensión con méritos suficientes para destacarse de manera nítida en nuestro panorama literario actual. En sus páginas el lector tenía la oportunidad de conocer a don Manuel Sepúlveda: jefe jubilado de la derruida estación de ferrocarriles de Lungue ubicada en tierras de la antigua hacienda de la familia Mendiburu, quien por muchos años había resistido su miseria con tragicómico señorío. Uno de esos personajes cuyo recuerdo no se borra con facilidad. En su segunda novela, recientemente aparecida, el autor dirige su mirada hacia el distante pasado de su primer relato. El argumento de Lungue desarrolla en apretada síntesis las tres generaciones que formaron la genealogía de la familia Mendiburu, aludida sólo como un lejano referente histórico en La franja . El narrador comienza su relato en algún momento de la década de 1920, cuando don Mario Mendiburu era el cacique indiscutido de la zona a los pies del Longaví, donde se ubicaba su hacienda, y lo cierra en los años de la decadencia y desaparición de sus tierras interminables, y de la agonía de la estirpe.
Pese a la indudable ampliación temporal del punto de vista, ambos relatos exhiben fisonomías similares en su composición narrativa. El texto de Lungue nos vuelve a ofrecer una historia imaginaria donde no se acumulan los acontecimientos. Diría, más bien, que ocurren pocas cosas debido a que el interés del narrador se concentra en mirar hacia las profundidades, en detenerse para observar con parsimonia actitudes, comportamientos, gestos, momentos, en los que descubre el sentido que irán adquiriendo los cambios de fortuna o que lo otorgarán a lo que ocurrirá después. Las descripciones pausadas tienden a desplazar a los acontecimientos. Como lectores, experimentamos la sensación de que el narrador preferiría reflexionar antes que contar. El relato avanza en tiempo lento. No hay prisa en adelantarse a los sucesos representados en el discurso, ni tampoco se pretende sobrecargarlo con todo lo que pudo haber ocurrido a cada una de las tres generaciones Mendiburu. El correr de los años se concentra en imágenes imprescindibles, en indicios que van anunciando el destino de los personajes. Pero Lungue exhibe mayor complejidad en lo que a la comunicación de la historia se refiere debido a que en su texto se ha utilizado la técnica del narrador escondido, cuya identidad no será revelada sino hasta llegar a las páginas finales de la novela. Desde muy pronto después de iniciada la lectura percibimos que alguien relata la historia muchos años después de que los acontecimientos han tenido lugar. Esta distancia permite la omnisciencia manifestada por el narrador y los comentarios, moralejas y explicaciones que van jalonando periódicamente su discurso, pero, sobre todo y más importante aún, justifica las características de la composición narrativa a que me he referido antes: "he conjeturado esta historia que no es una historia sino la suma de sensaciones que experimento en este lugar que cobija aun (sic) costumbres, costumbres que desaparecerán...".
Lungue permite reencontrarnos con un autor cuya primera novela debió impresionar gratamente a los lectores. La identidad literaria novedosa que ofrecía en La franja se reafirma ahora no sólo gracias a rasgos estilísticos similares en lo que se refiere a la cuidadosa construcción de su lenguaje, a su tono narrativo en general y a la creación de la atmósfera adecuada al argumento con que pretende interesarnos, sino también en el propósito de utilizar modos distintos de narrar y de justificar la construcción de la correspondiente historia imaginaria. Sin embargo, un buen texto narrativo se ve perjudicado, como ocurre con frecuencia en nuestros días, por el descuido de una desafortunada impresión. Lungue muestra errores ortográficos inaceptables y un buen editor, que al parecer aquí no existió, habría quizás sugerido también cambios en una que otra frase que conserva la aspereza de su redacción original.
Lungue
JUAN PABLO ROZAS
CHANCACAZO, SANTIAGO, 2015, 212 PÁGINAS, $10.000.
NOVELA
En "Lungue", el autor desarrolla en apretada síntesis las tres generaciones que formaron la genealogía de la familia Mendiburu, aludida como referente histórico en su primera novela.