En el lenguaje corriente, las palabras que designan estados psicológicos o disposiciones anímicas van cambiando con el paso del tiempo, al igual que el resto de las cosas. Cambian las palabras y con ellas la realidad o las realidades. No sé, en este sentido, si uno podría decir hoy que tal o cual individuo tiene "neurastenia" y "anemia moral", características que Pezoa Véliz le adjudicó a la personalidad del Pintor Pereza. Entregado a la condición flotante de la inacción en el encierro melancólico, Juan Pereza quedaba referido al transcurso monótono del tiempo marcado por el tictac del reloj. Encontraba horrible a su novia, odiaba la lectura y de este modo podría haber suscrito la famosa frase de Mallarmé: "La carne es triste, ¡ay!, y ya he leído todos los libros".
La manera como hoy se utiliza el concepto de depresión difiere del uso que se estilaba hace unos años. De hecho hubo un momento, del que alcanzo a tener recuerdo, en que el estado depresivo constituía un "incontable", o sea un acontecimiento que era mejor experimentar callado. No era buena idea presentar licencia médica por depresión en el trabajo, porque a uno le podían dar como toda respuesta "el sobre azul". Me parece haber conocido a muchas personas mayores que vivieron sus respectivas depresiones sin un diagnóstico, pensando que la gama de tonos grises con que los recibía la mañana era parte de la naturaleza o un misterio más de la existencia.
Yo mismo entendí con cierta profundidad el concepto recién al leer Esa visible oscuridad , el libro de William Styron (reeditado recientemente por Hueders), uno de los ejercicios de "revelación del alma" más transparentes de que tenga memoria. Muy lejos de la obscenidad de la confesión egotista y quintaesenciada, Styron expone un fenómeno desde el sustrato que más conoce: él mismo. Dos conclusiones aledañas se imponen tras la lectura: que un libro consagrado a un tema más bien lúgubre puede generar alegría y entusiasmo vital; que perfectamente la literatura o la escritura pueden "servir para algo" en el terreno de la vida concreta.
El "ennui" y el "gouffré" son expresiones que para entenderlas uno debe escrutarlas en los estudios sobre el simbolismo y otras escuelas estéticas finiseculares. El "spleen" pasó de la literatura al tango y ahí pervive castellanizado. La angustia misma, en el día de hoy, no alcanza para construir un sistema ni revela la libertad, como hace medio siglo. La palabra no ha cambiado en el envase, pero su prestigio ha disminuido de forma radical. Lo que hacemos hoy con la angustia es taponearla con ansiolíticos. Una vez químicamente suprimida, podemos empezar a reflexionar sobre nuestros problemas, la condición humana o, como se decía antes, "la inmortalidad del cangrejo".
La manera como hoy se utiliza el concepto de depresión difiere del uso que se estilaba hace unos años.