Casi todos quisieran una evolución política gradual de Cuba y evitar una crisis violenta y regresiva, como ha sucedido en Siria y en el Medio Oriente. Ese giro está próximo, aunque ya ha demorado más de cincuenta años.
De allí la diplomacia de Obama, del Papa Francisco, de Hollande y de los que convienen en que es tiempo de cortejar a Raúl Castro para lograr mayores espacios de libertad y prosperidad para los cubanos. Cierto que cada uno de esos líderes tiene detrás sus propios intereses económicos y políticos.
Hasta los sectores más anticastristas de Estados Unidos han caído en cuenta de lo contraproducente e inútil del embargo que perjudica a inocentes, que resta un mercado natural a Norteamérica y que genera el rechazo unificador de los cubanos en apoyo del castrismo que, finalmente, lo usa de excusa de su incompetencia. En pocas semanas Estados Unidos eliminará a Cuba de entre los países que patrocinan el terrorismo y, seguidamente, se intercambiarán embajadores.
La vulnerabilidad de Raúl Castro, por su desamparo e inminente suspensión de la multimillonaria asistencia financiera venezolana, lo ha llevado a cambiar su actitud. Expresivos son sus obsecuentes reconocimientos a Obama y al Papa, líderes de los que fueran sus mayores enemigos: Estados Unidos y la Iglesia Católica.
Que Cuba ya no sea una amenaza para la seguridad de ningún país justifica un giro de Occidente a su favor. Hace décadas que dejó de ser cabeza de playa de la Unión Soviética y ya no pretende exportar su revolución como lo hiciera en África y en América Latina, incluyendo Chile. No hay gobierno que financie ni se interese en ese modelo política y económicamente desastroso. Por su fracaso dejó de ser referente para la izquierda, salvo para algunos nostálgicos, entre ellos el Partido Comunista de Chile.
El pueblo cubano ha sufrido casi por medio siglo una pobreza totalitaria bajo una dictadura familiar, el castrismo.
El tránsito hacia un país de ingresos medios debe estar en la mente de Raúl Castro. Seguramente su modelo es mantener el autoritarismo, en que el Partido Comunista conserve el poder, como en China. A la larga ese sistema no parece aplicable a Cuba, que carece de billonarias reservas internacionales, de una tecnocracia capacitada, de un mercado interno significativo y demás activos que exhibe el gigante asiático, capaces de desafiar la influencia norteamericana.
Será inevitable entonces que Cuba culmine en democracia con reformas institucionales de significación. El impedimento para ello no es otro que el castrismo, que desaparecerá junto con la familia fundadora. Habrá que esperar, sin obstaculizar, el fin del último gobierno comunista de América y de Europa.