¿Dónde estabas tú cuando don Francisco entrevistó a Bachelet? Esa es la pregunta que todos se hacían esta semana y que se harán muchos en 10 años más. La entrevista del miércoles pasado en "Tele 13", al cierre del ciclo "¿Qué le pasa a Chile?", fue uno de esos momentos televisivos que quedan fuera de toda clasificación: no fue una conversación humana, no fue un show, tampoco fue periodismo. Fue todo eso y mucho más.
Como el dedo de Lagos en "De cara al país" o la radio Kioto de Ricardo Claro en "A eso de las...", la entrevista de Mario Kreutzberger que terminó con Michelle Bachelet calificando a su hijo de "imprudente" y anunciando un cambio de gabinete fue un episodio único, uno de esos instantes donde lo que muestra la pantalla y lo que espera la audiencia entran en total comunión.
Lo que tienen esos tres momentos en común, al mismo tiempo, es la decisión tomada por un actor -generalmente influyente y necesariamente actor político- de hacer un anuncio al país que, de tanto descolocar, termine por impactar. Y eso -lamentablemente, por los tiempos que corren- tiene que ver con aceptar responsabilidades y atreverse a decir la verdad. Incluso, aunque estas acciones sean de corte paranormal, con reconocer -una vez más- que no se actuó con la debida intuición.
Michelle Bachelet no llegó a la reunión con el comunicador más importante del país sin querer decir lo que dijo, claro está. Como quien concurre a un cura confesor, ella tenía muy claro su libreto y, más clara aún, tenía la necesidad de ser escuchada y, ojalá, perdonada. No solo la escuchaba un hombre, la oía quien había puesto a ese hombre en ese lugar. En este caso, no se trataba de una divinidad inmaterial, sino de generaciones de chilenos y chilenas que en él han simbolizado compañía, ayuda, liderazgo y unión. Una audiencia que para los verdaderos demócratas debiera sonar muy parecido a una deidad.
El gran logro de Canal 13 y su departamento de prensa fue haber ideado un ciclo de segmentos de entrevistas justo y necesario para los tiempos de desconfianza que vive el país.
El gran valor que ha construido la dupla del director ejecutivo Cristián Bofill y el director de prensa Enrique Mujica es tener un canal que, no siendo el líder en audiencia -lo es Mega- y no siendo la televisión pública del país -lo es TVN-, es capaz de convocar a los tres presidentes del siglo XXI a un acto de comunión con la audiencia y con la verdad.
Para eso fue estratégica la elección del comunicador que sería el puente entre los televidentes y la autoridad. Solo Mario Kreutzberger le daba a los entrevistados la garantía de no enfrentarse a un cuestionario agudo e incisivo -como un buen periodista lo podría hacer-, sino que a un hombre grande y bueno -esas son sus investiduras- que acogería sus palabras y solo haría cuestionamientos desde lo emocional.
Un altar perfecto para Bachelet, para el animador cuyo "Sábado Gigante" acaba de ser cancelado en Miami y para un canal que busca recuperar la influencia que algún día -cuando de católico solo tenía la propiedad- ostentó.
Con ciclos como "¿Qué le pasa a Chile?", Canal 13 cumple cabalmente su misión. Una misión que no tiene que ver con religiones ni con porcentajes de propiedad, sino con ser un medio de comunicación de calidad y ajustado a la realidad de una sociedad que agradece un momento como el de esa entrevista con mayor entusiasmo, incluso, que las rutinas satíricas de Yerko Puchento un día después.
Puesto en términos de contenido: si las autoridades enfrentaran a sus gobernados como se hizo en "¿Qué le pasa a Chile?" -haciéndose cargo y con honestidad-, los libretos de humor político se quedarían sin material.