De todas las caricaturas que se hacen de nuestro género, pocas me parecen más justas y agradables que la asociación con lo vegetal: somos mujeres jardineras. Dicho así de frente, sin rodeos paisajistas ni ecologistas: mujeres jardineras que dedican su tiempo a sus plantas.Desde que en el siglo XVIII la jardinería abandonó las fincas de la aristocracia para atomizarse en los predios de la burguesía emergente, las mujeres se han apropiado de ese espacio y lo han convertido en su democrático lienzo de producción de belleza. De material asequible y factura sencilla, el verde ornamental se transformó en una herramienta efectiva para transformar el espacio doméstico y qué mejor que la determinación femenina para transformarlo en rito obsesivo. Escudriñar los viveros, dejarse encantar por los caprichos desconocidos de nuevas especies y reclutar a las fieles conocidas de siempre. Luego, imaginar el futuro y elegir a cada planta su lugar preciso.
A principios del masculino siglo XX, cuando el progreso se medía por la adquisición de maquinarias, las mujeres se infiltraron en las revistas agrícolas. Allí tejieron transversales redes solidarias entre consultorios vegetales y exposiciones de flores. La complicidad y generosidad con que se comparten como tesoros una patilla bien sacada o un consejo preciso, siguen uniendo en un mismo gesto al portentoso rododendro y al plebeyo geranio. El mismo lujo de ver abrirse una flor bien cuidada y la misma desdicha cuando la hemos marchitado por negligentes. Porque si bien el jardín es el lugar del más tierno cuidado, también lo es de la más tenaz experimentación (y me confieso aquí, asesina en serie de azaleas).
Nuestro jardín es también ese espacio de silencio, en donde los pensamientos se enraízan y se aquietan. Donde sentimos el paso de la vida reclinadas sobre la tierra húmeda y meditamos secretas metáforas. Mi homenaje entonces a las mujeres que con maternal paciencia han incubado el tiempo, ya sea en un heroico macetero o en la profundidad trascendente de la tierra-tierra. Como habría dicho Audrey Hepburn, "plantar un jardín es creer en mañana".