No deja de extrañar que el empecinamiento de la dirigencia de Blanco y Negro por intervenir el cuerpo técnico de Héctor Tapia pareciera ser más importante que retener al entrenador. Siempre en las sociedades anónimas deportivas uno espera que impere cierto criterio empresarial capaz de sobreponerse a las animosidades que un director o un grupo de accionistas tengan sobre un funcionario o ejecutivo en particular. Pero en el caso actual de Colo Colo, la resistencia que genera el ayudante Miguel Riffo ha llegado a condicionar algo más trascendente: la continuidad del jefe técnico, el mismo a quien los propios dueños de B&N le han asignado públicamente un rol relevante en el ascenso del club estas últimas temporadas.
Lo cierto es que al dudar de la consecuencia de Riffo respecto al compromiso con los objetivos de la empresa y sus propietarios, también se objeta la capacidad de su jefe directo, Tapia, para controlar u orientar la conducta de su supervisado; incluso si se mira más radicalmente, todo este movimiento de fichas da la impresión de que se desconfía de la fidelidad del mismísimo líder técnico. B&N ha puesto conscientemente a Tapia en una encrucijada y su estrategia no puede soslayar que al subordinar su continuidad en Colo Colo con la permanencia de Riffo, está jugando al filo de la navaja.
¿Será esta prueba de lealtades la nueva manera de gobernar de Aníbal Mosa? Desde que apareció en el horizonte albo, el presidente de la S.A. ha transitado por todos los corredores del colectivo colocolino: desde la peligrosa cercanía con los hinchas, la afinidad con cierto tipo de jugadores del plantel, la solidaridad con los desvaríos del cuerpo técnico, la interesada relación con la prensa y el pragmático vínculo con los accionistas de B&N. Esa práctica de transversal fraternidad, muy propia de un directivo carismático pero también advenedizo en el mundo del fútbol, igualmente lo hace impredecible en su toma de decisiones. El nombramiento de Fernando Carvallo, quien de supervisado en el área de divisiones inferiores pasó a ser supervisor de Héctor Tapia en la naciente comisión de fútbol, contiene una dosis de sorpresa que no debe tener del todo cómodo a ningún miembro del equipo técnico del todavía entrenador.
Es indesmentible que el directorio de B&N, Mosa o ambos han dado un golpe de autoridad, aprovechando que el término de campeonato albo fue un fracaso y que los bonos del cuerpo técnico, más allá de la rumorología de ofertas inmateriales desde el extranjero, están a la baja. Eligieron la mejor coyuntura política para intervenir y establecer las bases de una nueva relación laboral más que contractual. ¿Hasta dónde está Tapia dispuesto a ceder parte de su soberanía para trabajar con gente de confianza? Ya veremos. Lo que está claro es que si finalmente se queda en la banca, nada de lo que pasó antes volverá a ser igual.