Para no dar lugar a equívocos, me demoraré un poco en intentar definir a este importante segmento social de nuestra cultura que incluye a hombres y mujeres dedicados a una actividad que carece de utilidad, no produce nada, es una práctica, una realización que se justifica solo en sí misma y no en la obra o cantidad de obras que produce, obras que suelen ser cuantificables en dinero. Un monje cartujo o una monja de claustro. Un astrónomo que pesa galaxias, por ejemplo. Un especialista en ciencias básicas. Una poeta (que no tiene por qué publicar). Un anciano postrado.
Recuerdo haber leído días atrás que el extraño robot que fue a posarse a un asteroide enano (de nombre irreproducible) -después de viajar por años- había permitido concluir, por ahora, a los científicos europeos que lo enviaron que ese meteorito carecía de magnetismo, lo cual estaba revolucionando las teorías sobre el origen de los meteoritos de ese tamaño. Recuerdo haber también leído ayer en este diario, me parece, cómo se daba cuenta de la portentosa escasez de proyectos legislativos en discusión en el Senado. Son ociosos y perezosos.
La ociosidad -la clase de los ociosos y sus ritos- ha recibido siempre ataques, desconfianza, desdén e incomprensiones provenientes de la clase de los laboriosos o negociantes, la mayoría. En su conciencia moral el valor se mide exclusivamente en relación con el producto y le parece que hay un enriquecimiento injusto, una "deshonestidad", si se da una abierta desproporcionalidad entre el trabajo y el producto. El ocioso es un zángano, desde su perspectiva, porque no rinde o rinde muy poco y gasta como cualquier otro. Exige nutrición, reconocimiento, recursos.
Si bien el andar ociosiando por aquí y por allá, un poco aburrido, debe ser tan remoto como el ser humano, en nuestra civilización es en la Grecia antigua donde se produce el surgimiento de una clase de hombres ociosos (ocio en griego se decía "skole", término del cual deriva nuestro "escolar"), es decir, que se pasaban el tiempo en ello, lo cual supuso, a su vez, el pertenecer entonces a una clase poderosa, rica, que admitía la libre discusión y admiraba el talento, la belleza y el lujo. Los ociosos mayores -en la edad de oro de las ciudades griegas- eran los filósofos. Recuerdo haber leído -creo que a un filósofo inglés- que Aristóteles había desarrollado toda su filosofía para justificar a la clase de los ociosos y recuerdo que en Tierra de Hombres, el piloto y escritor Antoine de Saint-Exupéry afirma que las naciones miden su valor por la atención que conceden a sus ociosos.