El tema de Cuba -algo sobrestimado en su significación- y el de Venezuela -subestimado- le dieron una particular atención a la última Cumbre de las Américas, rito periódico que de manera comprensible origina poco interés. La diplomacia de cumbres se agota con rapidez y los latinoamericanos tenemos una vena circense para este tipo de eventos (no pasa de esto en la mayoría de los casos) que lo trivializa todo, sin mucha gracia por añadidura. La célebre y única sal vertida es la muy castellana de Juan Carlos, dirigida a Chávez en Santiago el 2007, "¿por qué no te callas?"
Esta vez era algo diferente. No solo por las negociaciones entre Washington y La Habana -un hecho positivo-, sino porque se ha creado una atmósfera menos inclinada a asentir a las demandas de los regímenes neopopulistas, de temor reverencial al desparpajo y agresividad de sus caudillos. Gradualmente el tema venezolano ha ido adquiriendo el carácter de crisis reconocida y pasa a ser una tarea de dirigentes latinoamericanos. Ayuda a eso el que Brasil ya no firma cheques en blanco.
Una lástima que la Cumbre haya coincidido con la entrada en escena de un nuevo secretario general de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, sumiso a la algazara chavista, cuando esa institución está en la más profunda bajamar de su historia por descuido voluntario de latinoamericanos e involuntario de Washington. Una lástima también que la Presidenta no haya acudido a la cita. Por enredado que esté nuestro panorama interno, el Estado y su práctica internacional deben permanecer incólumes. Supongo que en lo que se refiere a la tragedia del Norte la maquinaria pública ya está organizada lo mejor posible. Lo digo porque el activismo de Morales, estrella de todos los que santifican el indigenismo, se hace sentir más allá de la teatralizada "cumbre de los pueblos". El prestigio externo del que goza la Presidenta viene a ser un equilibrio posible. Sobre todo, Chile ha vivido siempre al borde de un aislamiento y en relación con Bolivia esta realidad se insinúa en nuestro horizonte internacional.
La Cumbre de las Américas y la OEA deben retornar a ser lo que nunca debieron dejar de ser, una instancia de coordinación entre las dos Américas, en especial EE.UU. con América Latina. Además, esta vez Obama pudo lucir su genio emergiendo bastante airoso. Existen diferencias de enfoques y a veces de intereses entre ambas Américas, y recordamos en estos días los 50 años de la intervención militar de EE.UU. en la República Dominicana. Pero también las hay y no menos grandes entre los países latinoamericanos entre sí, y al interior de ellos mismos, divisiones que solo muy imperfectamente se dejan traducir al binomio izquierda-derecha. A uno le gustará una u otra posición, pero ninguna de ellas va a desaparecer de la noche a la mañana, ni por una entrada en razón o por alguna rebelión "de los pueblos"; pertenecen a nuestra historia y no nos abandonarán.
Hay que convivir entre estas fuerzas y tendencias, como establecer una diferencia entre la Alianza del Pacífico y Mercosur, entidades de muy distinto propósito y estilo, la primera muy necesaria para nosotros (como también el TPP propuesto por Obama), y la segunda nos debe llamar a respetar una deferencia aunque no sometimiento a Brasil. En la misma Europa ha habido países tradicionalmente más cercanos a EE.UU. que otros, como Inglaterra y Alemania por un lado y Francia por el otro, pero nada es óbice para la cooperación al interior de la Unión Europea por seis décadas. El día que esta simple realidad sea carne de la política latinoamericana, nuestra América habrá ingresado por fin en el reino de la madurez internacional.