Muchos me han comentado que este ha sido un marzo terrible.Por las cosas que pasan en el país, por los calores que continúan, por el tráfico que parece aun peor que antes. También he oído mucho que lo que más se echa de menos de las vacaciones es el silencio.
El silencio es de verdad un alivio para el pobre cerebro. Cuando los mensajes y llamadas se calman o se acaban, cuando el ruido de los autos y las calles se apaga, parece que el cuerpo nos da las gracias. Porque también quiere vacaciones de ruidos y actividades. Pero el silencio es también una forma de escuchar al cuerpo y al alma. El cerebro parece ponerse en marcha en otras áreas que las habituales. En particular el cerebro femenino, que tiene esa maravillosa y maldita capacidad de procesar varios estímulos a la vez.
En el silencio, entonces, aparecen ideas nuevas, locas algunas, provechosas otras. Aparecen también penas no procesadas. Aparecen asociaciones nuevas que enriquecen la percepción de nosotros mismos, nuestro trabajo. Y, por sobre todo, hablan o gritan desde muy adentro nuestras necesidades postergadas.
En estos tiempos, muchos buscan formas de ver y escuchar lo que no saben o no pueden ver. Las técnicas orientales de meditación, concentración y apertura a nuevos espacios internos están tan de moda porque nos ayudan a descansar y a procesar de maneras novedosas la información múltiple a la que estamos sometidos.
Como siempre, lo natural nos ofrece todo si le damos una oportunidad. El silencio está ahí, al alcance de la mano. Y si podemos enfrentar el vacío que nos asusta cuando nada nos distrae, capaz que estemos haciendo la mejor y la más barata de las terapias.