Todavía hay quienes creen que, detrás de la alarma mundial por el cambio climático, habría una intencionalidad ideológica para limitar las actividades productivas de gran escala, los vertiginosos adelantos en transporte y, por ende, el progreso, bienestar y libertad de la humanidad. Que el cambio climático obedece, más que a la acción depredadora del ser humano sobre la Tierra (tan evidente y voraz en el último siglo), a largos ciclos naturales, inevitables en su constancia y magnitud. Lo cierto es que, cualquiera sea la razón, a nuestra generación le toca vivir el inicio de una era impensada en la historia del mundo hasta ahora: la de la escasez crónica del agua.
En la misma medida en que la población del planeta se multiplica exponencialmente, abarcando de manera más extensa y homogénea el territorio, los recursos vitales se hacen más difíciles de obtener. Bien lo sabemos en Chile, donde hoy presenciamos numerosos conflictos vinculados al agua: el impacto de proyectos de generación de energía, de prospecciones mineras que marchitan antiguos valles agrícolas, de concesiones de pesca que casi extinguen la vida marina y -caso único en el mundo- por un sistema draconiano de derechos de extracción y consumo de agua, que literalmente condena a la miseria a miles de habitantes rurales.
Es hora de pensar y actuar radicalmente, con responsabilidad, con sentido de previsión, con inteligencia. Casi el 90% de la población chilena vive en ciudades; por lo tanto, el modo de consumo urbano del agua merece ser revisado. Es necesario abordar aspectos culturales profundamente arraigados, como los hábitos cotidianos de la ciudadanía o los preconceptos institucionales sobre el paisaje urbano y el espacio público. Con la ayuda de diseños sencillos y tecnologías de bajo costo, el agua, en sus distintos estados de potabilidad, puede ser tratada y reutilizada, tanto en el ámbito doméstico como a gran escala. Los cien litros de una simple ducha pueden servir más tarde para otras cosas. Así, también el paisaje debe adecuarse a nuestra realidad geográfica, aprovechando y poniendo en valor las numerosas especies endémicas de estas latitudes, acostumbradas al secano. El agua de las lluvias puede acopiarse; el agua de las enormes plantas de tratamiento puede redistribuirse e incorporarse en el espacio público. En suma, es urgente pensar el agua -y los derechos sobre ella- con la conciencia de un bien preciado y escaso. Una generación más y podría ser tarde.