Si algo bueno tienen las tragedias que constantemente asuelan a nuestro país, es que nos permiten valorar -en sus méritos y deméritos- a nuestra televisión. Como pocas instituciones, la TV sabe claramente cómo reaccionar en situaciones extremas, donde incluso los organismos técnicos y gobiernos locales o centrales parecen dudar.
El problema es que, como todas esas instituciones, solo podemos medirla en la reacción. No en la prevención. No obstante, esta tragedia del norte puede ser una gran oportunidad.
La anunciada lluvia registrada a inicios de esta semana, tras una larga ola de calor, partió como una anécdota de matinal. Reporteros desplegados en la calle preguntándole a la gente si había salido preparada o entrevistando a vendedores de paraguas de la capital aparecieron en todos los canales de nuestra TV. Los meteorólogos serios, expertos geológicos y médicos salubristas apenas tenían espacio hasta que la catástrofe ya estaba declarada en el norte del país y cuando el tema ya estaba lejos de ser materia de entretención, sino que digna de un despliegue de los departamentos de prensa a nivel nacional.
La real dimensión de la tragedia solo pudo apreciarse el viernes por la noche, cuando los noticieros se extendieron más allá de la hora que dedicaron por completo a dar un recuento de la situación. Hasta el jueves, los difíciles accesos, con caminos cortados y torrentes sin cauce, apenas permitían dimensionar lo que sucedía tras la anécdota de 48 horas atrás.
Todos los canales pusieron sus mejores contingentes en la tarea, y claramente destacaron dos: Mega, que hizo lo que se espera de un canal líder, dedicando bloques especiales como el de la mañana de ayer, logrando aciertos -como una entrevista en terreno a una embarrada Bachelet- y generando pautas creativas, como la del rol de la radio local. TVN, en la misma línea, hizo lo que se añora de esa histórica institución: mostrar que su capacidad instalada, que sus redes regionales, que sus experimentados profesionales pueden hacer una diferencia interviniendo su programación en cualquier momento, más aún cuando se trata no de la teleserie de moda ni del reality más polémico, sino del país.
Es cierto que todos han hecho grandes esfuerzos por llegar hasta los lugares más aislados, por lograr la nota humana más conmovedora y por ser un puente de servicio entre la audiencia y la necesidad. Pero, como toda tragedia que tiene consecuencias a mediano y largo plazo, todos deben cuidar desde ahora el no permitir que ese servicio bien prestado se transforme en una competencia que arriesgue la calidad de su información.
Precisamente esos excesos que ya hemos experimentado en tragedias anteriores -con niños forzados a llorar o periodistas entregando dinero y regalos- es una tragedia que sí se puede evitar.