Andrés Maupoint, Tchaikovsky y Sibelius conformaron el programa que el jueves ofreció, en el Teatro Municipal, la Orquesta Filarmónica de Santiago, bajo su titular Konstantin Chudovsky.
Del chileno Maupoint se escucharon sus Cinco Imágenes para Orquesta, obra que mantiene su prestancia más de 20 años después de su estreno. Maupoint -uno de los mejores compositores de su generación- se declara, en esta creación, deudor de grandes autores del siglo XX, pero logra integrar esas influencias a través de un lenguaje original, que más allá de un inventario de "efectos especiales" (tan socorridos en mucha música contemporánea), es capaz de yuxtaponer orgánicamente recursos muy contrastantes: pianissimi casi inaudibles, crescendi por acumulación de timbres, melodías diatónicas, acordes mayores, enjambres y gorgoteos, masas policromas que aprovechan muy bien la paleta orquestal. Si bien la quinta pieza resulta algo más débil, en su conjunto la obra tiene gran atractivo y fue un acierto incluirla en este programa.
Frecuentemente, las obras populares no son las mejores. Es el caso de las Variaciones Rococó de Tchaikovsky, pieza convencional y prosaica, que descansa en el lucimiento del chelo solista, que debe demostrar límpida afinación en el registro más agudo, agilidad y pasajes con dobles cuerdas, en el marco de un estilo romántico exuberante, que rinde tributo a un pasado dieciochesco.
Obras como ésta pueden crecer en manos de un solista cuyo brillante desempeño nos dé la impresión de que la composición posee una estatura que realmente no tiene. No fue el caso. La ejecución de Martin Rummel, si bien correcta y con algunos buenos momentos, careció de arrojo y su actitud fue distante. En todo caso, la recepción del público fue entusiasta, y Rummel accedió a un encore con una pieza de Manuel de Falla.
El concierto culminó con la Primera Sinfonía de Sibelius, compositor que no la ha tenido fácil en su aceptación por parte de ciertos públicos y cierta crítica. Los lapidarios comentarios de Th.W. Adorno, en Alemania, y de René Leibovitz, en Francia, ocasionaron un rechazo por décadas en esos países, y se ha necesitado de técnicas de "resucitación". Por el contrario, su aceptación en Inglaterra y USA es incondicional. Cualquiera sea la opinión, nadie puede dudar de la originalidad de su poética y la Primera Sinfonía es el inicio de un camino que deparará grandes cosas. Tanto la entrega de la orquesta como la conducción de Chudovsky, fueron óptimas.