Alicia Fenieux ha entregado tres libros en torno a temas distópicos desde el año 2011 a esta parte. Futuro imperfecto es su más reciente publicación: un conjunto de quince ágiles cuentos breves que entregan miradas rápidas, exentas de opiniones valorativas, moralejas o reflexiones, sobre la naturaleza de los desafíos que nos tocará enfrentar, como de nuestras conductas afectivas, en una hipotética sociedad distópica cuya presencia se avizora en un horizonte ni tan lejano en el espacio ni distante en el tiempo.
De las varias alternativas para imaginar distopías, la más dominante es la que nos alerta sobre los horrores de la sociedad a que nos conduce el progreso tecnológico si no nos apresuramos a cambiar radicalmente nuestro presente. En lugar de adaptarnos y esclavizarnos a la tecnología, colocarla a nuestro servicio, dijo Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz , si no la primera, la más conocida distopía de todas las que se han escrito en los inicios de la posmodernidad. Texto indispensable e ineludible, además, como asunto literario a la hora de proponer una nueva visión del futuro tecnológico. El que sus sobrecogedoras imágenes resuenen con mayor o menor intensidad en los relatos de Alicia Fenieux no debe, pues, extrañarnos, ni perjudica su calidad narrativa. Más aún, creo que la relación de Futuro imperfecto con el texto de Huxley es polémica: incorpora a su mundo distópico los motivos más característicos utilizados por Huxley, pero a la vez discrepa de otros, como, por ejemplo, las formas de vida que persisten en los guetos naturales que sobreviven a pesar de las pesadillas urbanas del futuro.
En general, los cuentos de Futuro imperfecto parecieran ubicarse temporalmente a mediados del siglo XXI; los nombres de sus personajes evocan raíces de distintos orígenes étnicos, hispanos incluidos, y aunque no se indica su ambientación, sentimos sus conflictos muy cercanos a nuestro espacio nacional. De hecho, uno de ellos se desarrolla en un territorio denominado República Soberana de la Araucanía. En nuestra sociedad del futuro, los chilenos habitarán como abejas en celdas de edificios de increíble altura llamados colmenas, desplazándose entre unos y otros en karts que corren a grandes velocidades sobre rieles sin fin. La reproducción de los seres humanos se llevará a cabo en laboratorios donde son programados los genes y se establecen las características físicas de cada feto. Yelwerin, la hermosa y desdichada protagonista de "Premium Style" se vanagloria de ser un producto de catálogo: "tenía un sistema inmune reforzado, huesos extra firmes, pelo y uñas siempre brillantes, dientes perfectos e incorruptibles por las bacterias, entre otras tantas cosas". Ciertas actividades laborales serán ejecutadas por hologramas o imágenes virtuales que también pueden servir para mantener presencias aparentes de nuestros amados difuntos ("Irisol"). Si así lo deseáramos, se podrán firmar contratos para someternos a la eutanasia varios años antes de la llegada de la vejez ("Un asunto pendiente"). El precio que pagaremos por disfrutar de estos y otros avances científicos no es de ninguna manera insignificante. Habremos perdido nuestra memoria y nuestros modos actuales de sentir y comunicarnos habrán sufrido radicales metamorfosis. No conoceremos el sabor del agua potable; estaremos expuestos a epidemias y a los rayos UV, nuestro mar estará contaminado con parches de basura imposibles de eliminar y las áreas verdes de nuestro país habrán quedado reducidas a antiguos barrios convertidos en guetos o zonas como la Araucanía a la cual se podrá ingresar sólo con permisos oficiales.
La actitud de disgusto y rechazo que una distopía provoca en el lector debe surgir de sus imágenes y no de las opiniones de quien la describe. Por eso constituye una efectiva arma política. Al observar con impasibilidad el mundo que tienen por delante, los narradores de Futuro imperfecto alcanzan, sin duda, dicho propósito, y posiblemente motiven al lector para continuar indagando en un tema que ha adquirido gran popularidad en la narrativa contemporánea.