La memoria en sociología de James Blunt para la Universidad de Bristol incluye un trabajo titulado "La mercantilización de la imagen-la producción de un ídolo popular". Es curioso porque definitivamente Blunt es un artista -los hay pocos, simples cantantes y rockeros de mentira hay muchos- que jamás basó su quehacer en la venta de frases para el aplauso básico de las redes sociales: tal vez estudió para no llegar a convertirse en eso. En cambio, sí peleó para hacer música, esa que miles aman -vendió 20 millones de álbumes en una década- y que otros tantos -por resentimiento social, ideología, lesiones internas y diferencias en la búsqueda de opciones- odian. Peter Hardy, autor del libro "Different Country, Same State: On The Road With James Blunt", define así eso que provoca Blunt en determinado tipo de personas: "Es el hombre a quien a algunos les encanta odiar o el hombre que odian amar". El propio Hardy, que lo conoce bien, no se puede explicar por qué "un músico tan amistoso y abordable, con tan agudo sentido del humor, puede provocar opiniones tan fuertes".
La respuesta simplemente está en que desde el mundo del rock duro y la comparsa de muchos de sus críticos fanáticos, no se puede soportar a un músico proveniente de un medio acomodado y con una carrera militar a cuestas. Lo apuntan porque no anduvo tirando piedras en los barrios, porque no estaba tan insatisfecho con su vida ni peleado con sus padres. Más les molesta aún que su arte no tenga poses, que en vivo sea un intérprete que arrasa y, lo peor, que sus canciones hablen de amor, de vulnerabilidad, que sean nostálgicas. A esos solo les parece respetable el grito enfurecido, la anarquía, la rabia contra el sistema, el desgarro de guitarras y gargantas, la melodía quebrada. Pobres. Un ya adulto Noel Gallagher no tiene vergüenza en mostrar su odiosidad infantil: "Es culpa de gente adinerada como James Blunt, que pueden darse el lujo de hacer música financiados por sus padres, hasta que la fama y la riqueza tocan su puerta". Una inquina que, claro está, alcanza no solo a Blunt sino también a sus seguidores. ¿Sanción social por cantar "Tears and rain"? Llega a ser ridículo.
Después de años tratando de neutralizar ese hit mundial que fue "You are beautiful", seguido de tantos otros, como "Carry you home", "Stay the night", "Goodbye my lover" o "1973", los comentaristas, que no han tenido resultado alguno en su intento de minimizar el éxito de Blunt, tuvieron que ceder un tanto cuando su cuarto disco, "Moon landing" (2013), salió al mercado. Lo hicieron de manera mezquina, eso sí, para que sus pares no fueran a decir que se habían dado vuelta la chaqueta. Rachel Stewart, de The Telegraph, escribió que James es "un enigma musical" y que el álbum "incluye tres singles -"Bonfire heart", "Postcards" y "Heart to heart"- que se pueden considerar entre sus mejores"; después se refiere a sus "baladas quejumbrosas y empalagosas", para terminar diciendo que hay que reconocer que es "un intérprete en vivo realmente impresionante". Mike Powell, de la revista Rolling Stone, asegura que "el disco se siente suelto, casi robusto", pero agrega que las canciones de Blunt "parecen apostar por la fantasía de un mundo en el que se pueden resolver los problemas con una palabra amable o un baño caliente" -eso es pequeñez hecha retórica-, y opina que "se necesita confianza en sí mismo para ser tan sentimental" y que James "no merece ni la mitad de las críticas que ha inspirado". Caroline Sullivan, de The Guardian, es quien más cede cuando se manifiesta sorprendida ante un "éxito continuo que desafía todo análisis", pero lamenta que su música se mantenga en una "zona de confort" y en los parámetros del soft rock . ¿Por qué tendría que ser de otro modo si eso es lo que él hace y lo que a su público le gusta?
Bueno, la extraordinaria música y el talento de James Blunt estarán hoy en el Movistar Arena, desde las 20:00 horas.