La OEA ha caído prácticamente a la intrascendencia. Es la más antigua y representativa organización de los Estados de América. La elección, este miércoles, de un nuevo Secretario General pasó casi completamente desapercibida. Y no podía ser de otra manera. Con un único postulante al cargo, el resultado era previsible. Un voto en blanco, entre 34, impidió la unanimidad. Un misterioso país disidente, amparado por el secreto de la votación, echó a perder la elección por aclamación. Poco o nada había que celebrar en la magnífica sede en Washington D.C. Diez años atrás, José Miguel Insulza, con promesas de fortalecer la OEA, disputó voto a voto al candidato mexicano.
En una década, la OEA ha experimentado un significativo deterioro, tanto en su influencia política como en sus competencias. Del debilitamiento se encargaron Venezuela, Cuba, Ecuador, sus aliados de ALBA, Argentina y Brasil. Inventaron Unasur y Celac para apoyarse mutuamente y marginar de las decisiones regionales a Estados Unidos, México y Canadá. La burocracia de la OEA también hizo su parte en la devaluación e inoperancia: está más interesada en sus prebendas, cuoteo político en los nombramientos y en otros vicios latinoamericanos y caribeños.
La debilitada OEA y los antecedentes del recién elegido Secretario General, el ex canciller uruguayo Luis Almagro, tampoco auguran un futuro promisorio. Como ministro del Presidente Mujica, Almagro fue dócil a las posiciones de los gobiernos predominantes en el Mercosur, Brasil y Argentina, y no mostró posiciones muy distantes de la Alianza Bolivariana dirigida por Venezuela, por cuyo líder fundador, el fallecido Presidente Chávez, proclamó su admiración. Posteriores declaraciones suyas de conceder a Unasur la intervención para velar por los derechos humanos en la República Bolivariana fueron interpretadas como una implícita renuncia al rol que, de acuerdo con sus instrumentos fundadores y con la Carta Democrática del organismo, debería corresponder a la maltrecha OEA.
La decadencia de la OEA no es reprochable a José Miguel Insulza. Seguramente hizo lo posible para cumplir con su agenda modernizadora; talento y astucia le sobran.
Las palabras de su primer Secretario General, Alberto Lleras Camargo -"La OEA es lo que los gobiernos quieren que sea"-, se muestran plenamente vigentes: una mayoría de los países parece estimar que un organismo interamericano más o menos prescindente para la institucionalidad democrática conviene a sus intereses. El problema es que el resto se suma a la manada.
Por respeto a los contribuyentes, las cancillerías deberían reducir sus misiones en la OEA y los países, sus millonarios aportes. Disolverla sería lo más económico, pero entregaría a Unasur un poder aun mayor.