Hay personas que sienten que todo lo que a ellos les pasa es importante y que así debe serlo también para los demás. Como el mundo no funciona así, son personas que se irritan mucho con la gente, que tienen pocos amigos (que siempre están en proceso de evaluación); que son maravillosos amigos y parejas cuando se sienten "lo más importante", son "perseguidos" como se llama ahora la paranoia ya que cuando la atención del mundo los deja en un rincón se hacen dolorosas preguntas acerca de cuáles serán las razones por las que no les contestaron la llamada, no les hablaron en la reunión, no encontraron sus temas interesantes en la junta de amigos, ya que nadie hizo preguntas ni se motivó, etc. Asocian sin saberlo la importancia de sí mismos con el éxito en muchos ámbitos de la vida.
La cultura oriental, cada día más influyente en Occidente, postula lo contrario. Crecemos si disminuimos al máximo la importancia de nosotros mismos. Dicen que cuando estamos atentos a cómo los demás son conmigo, a la impresión que causamos en el otro, dejamos de ver al otro y nos vamos quedando vacíos. Dejamos de aprender de los otros y nos vamos poniendo planos. Pero sobre todo, nos quedamos cada vez más solos.
No se trata de poner el énfasis en los otros, se trata de aprender a estar, a sentir, a mirar, a escuchar lo más posible. A soltar la evaluación cansadora de cómo el mundo reacciona ante mí y pasar a una posición en que solo estamos. Sencillamente. Estar presentes y que cada día nos dé lo que traiga. Ello no nos asegura alegría, no nos promete éxito. Solo nos invita a la paz.
Lo interesante es que todos estamos de acuerdo en que el mal de la época es la soledad. Y damos perspectivas tan distintas para vivirla. Una nos dice: hay que ser importante para tener éxito, ser querido y ser feliz. La otra nos invita a estar y a recibir lo que la vida diaria y la vida nos trae como camino de realización.
Esta no es más que una reflexión para marzo... Empieza la vida de nuevo y hace bien hacerse preguntas.