La corta línea recta como escultura, el punto y su redondez como pintura: las dos obsesiones en la obra de Yayoi Kusama. Esta contraposición, no obstante, termina por resolverse con la primacía del segundo. Además se convierte en signo distintivo de su producción entera. A diferencia de lo lineal, cabe asociar el pequeño círculo con lo femenino. Y si mediante la recta volumétrica cubre, satura objetos, con los puntos invade, totalizante, desde vehículos y cuerpos humanos hasta el paisaje. En todo caso, para alcanzar su madurez hubo de recorrer Kusama una ruta larga, donde se entremezclan talento, esfuerzo y voluntad férreos. Formada en la tradición estética de un Japón marcado por la guerra, la derrota y la invasión estadounidense, pronto digirió la influencia occidental al trasladarse a Manhattan, epicentro cultural de la nación vencedora.
Pronto su tesón la vinculó con la vanguardia: primero a través de la abstracción; a continuación, el movimiento hippie de los años sesenta la sumergió. Eso sí, sin perder nunca su independencia creativa. Llegó a exponer con figuras claves del pop art y hasta a representar a USA en la Bienal de Venecia 1966, de la que terminó siendo expulsada. Sin embargo, hacia fines de la década su insistencia en las performances con desnudos minó su fama, al tildárselos de exhibicionismo publicitario. Esto y el esfuerzo permanente que le significó conquistar Nueva York, la derrumbaron psíquicamente. A comienzos de los 70, se retiró gradualmente de la escena, retornando a su patria, que lejos estaba de recibirla con los brazos abiertos. Impulsos suicidas la asediaron. Por eso, voluntaria y definitivamente buscó asilo en una clínica psiquiátrica. Allí, ¡oh paradoja!, volvió a retomar las artes visuales con impulso renovado. Desde entonces expone con éxito, tanto en Japón como en el extranjero. Así fue representante japonesa en Venecia 1993, además de ser honrada con retrospectivas en distintas ciudades del mundo.
Pues bien, de esta artista nacida en 1928 y desconocida para el público chileno, tenemos hoy día la oportunidad de aquilatarla, a través de una amplia retrospectiva que ofrece Centro de las Artes 660. Nuestro país constituye la última estación de un recorrido iniciado durante 2013 y que antes abarcó las principales ciudades de América. En ella seguimos claramente la evolución de esta artista de 86 años. La inicial década del 50 nos muestra cuadros más bien pequeños y adictos a la abstracción. Especialmente uno de 1951, con predominio de rosados y negros, es el que mejor representa el período. De esa manera, el hermoso y genuino Puesta de sol deja ver rasgos expresionistas y asomos surrealistas. Aunque, más que eso, ostenta una particular tensión anímica. Esta se reitera después -hasta principios de los años 60- mediante densas redes monocromas alrededor del blanco que envuelven por completo soportes, ahora de mayor formato. También esa especie de mallas cerradas deriva en los característicos puntos o círculos pequeños -¡oh, Demian Hirst!- que lo avasallan todo.
El paso siguiente de la expositora conduce a la escultura y al triunfo ahí del volumen recto relleno, protuberancia de signo sexual. Con él satura con furia objetos de uso doméstico -aquí vestuario, ante todo-. Pero además de assemblages pop , el mismo decenio la conduce a la celebridad por medio de la instalación -desde luego, su cumbre creativa-, la acción de arte, el happening. Y, precisamente, cuatro instalaciones se nos entregan en la actual retrospectiva. Comentamos aquí las dos que se imponen por su belleza extraordinaria: las salas de espejos del infinito de 1965-2013 y de 2011.
Si bien ambas de títulos muy semejantes, formal y expresivamente se diferencian. Así, al espacio de fecha más antigua uno debe entrar solitario. Aislados del exterior, nos sumergimos en un jardín de flores rojas punteadas de blanco. El entorno se prolonga mucho más allá del horizonte convencional. Curiosamente al moverse, junto con reproducir ese gesto casi al infinito, el paisaje se proyecta hacia nosotros, como si quisiera asediarnos amable. La segunda obra admite cuatro o cinco visitantes, aunque su efecto global en cierta medida se parece al anterior. Aquí, no obstante, nos sentimos flotando dentro de una inmensidad espacial de millares de globitos colgantes, cuyas luces alternan acordes exquisitos de color. Más que una sensación cósmica, se trata de un universo paradisíaco antes nunca visto, en el cual nos proyectamos hacia sus confines.
Recordemos, por último, el interesante video de una acción de arte suya -Obsesión de flor (1999)-, en la que evidencia síntomas inequívocos de locura.
Obsesión infinita
Completa retrospectiva de Yayoi Kusama, donde la instalación alcanza la cumbre
Lugar: Centro de las Artes 660
Fecha: hasta el 7 de junio