Una cosa es que tu película tome relevancia por postular a un premio; otra es que lo haga por un crimen político. Pero así están las cosas con "Leviathan": a fines del mes pasado, la cinta rusa perdió el Oscar a Mejor Película Extranjera; pero a los pocos días volvía a estar en la boca de muchos debido al asesinato de Boris Nemtsov, líder de la oposición a Vladimir Putin. La imagen era digna de un thriller : la víctima, abatida por cuatro balazos en el puente Moskvorestky, con el Kremlin de fondo.
Nada tan gráfico sucede en el filme de Andrei Zvyagintsev, pero aun así el efecto que produce es violentísimo: la trama gira en torno a la expropiación de una casa estratégicamente ubicada en la bahía de Pribreznhy, minúsculo pueblo cercano al círculo polar. La corrupta alcaldía ya tiene el negocio listo, pero su único obstáculo es Kolya, un mecánico que se resiste por todos los medios a dejar el hogar que su abuelo y su padre construyeron año tras año. Y claro, tiene todas las de perder. Burocracia, policía, tribunales: nada se escapa de la agresiva influencia del edil, al que solo le tiembla la mano cuando, desesperado, Kolya llama a un amigo abogado de Moscú, quien llega al villorrio a recordarle a la autoridad cuán tenues son sus lazos con el partido y que nada escapa a esos ojos poderosos, que todo lo ven.
Expuesto así, el argumento de "Leviathan" podría transcurrir a fines del siglo XIX, en plena era zarista, o unos cuantos años más tarde, bajo el imperio del soviet; pero Zvyagintsev la planta aquí y ahora, en la Rusia moderna, donde las impunes autoridades atienden público con un omnipresente -y muy visible- retrato de Putin colgado a sus espaldas, volviendo esa conexión algo inevitable y lógica, pero al mismo tiempo, sugiriendo la huella de una opresión que se remonta por siglos.
Puede llamar la atención que Zvyagintsev -heredero y virtual continuador de la intensa mirada de Tarkovski- haya realizado una película tan políticamente incendiaria; pero todo depende del contexto: la conexión entre ambos hace sentido si retrocedemos a 1966, cuando este último luchaba y perdía la batalla para librar de la censura a "Andrei Rublev", obra maestra donde el monje pintor de íconos le daba la espalda a una falsa idea de comunidad para abrazarla más tarde, entendiéndola bajo una nueva luz espiritual.
Y quizás eso sea lo que abisma en la también grandiosa "Leviathan": que ya no hay lugar para esa clase de esperanza, para creer que existe el final del túnel en una sociedad donde hasta la fe de Rublev es solo otra de las aristas de un sistema que arrincona a quienes juró proteger, en busca de su propia comodidad.
Kolya, que parte como Jonás, a punto de ser tragado por la bestial maquinaria del Estado, va revelándose en forma irremediable como moderno trasunto de Job. Expuesto a perder casa, familia, dignidad; a ver cómo sus propias ansias de justicia se vuelven irrelevantes y se convierten en cáscara, despojo y desechos, tal como los esqueletos de los barcos pesqueros volteados frente a su casa en la bahía, ruinas de tiempos pasados, pero no necesariamente mejores. Sujetos a abusos parecidos. Presa de las mismas quimeras.
"LEVIATHAN"
Dirección de Andrei Zvyagintsev.
Con Aleksei Serebryakov y Roman Madyanov.
Rusia, 2014, 141 minutos.
Disponible a través de Amazon.co.uk