En el pedir no hay engaño: Marcelo Ríos quiere que la Federación Internacional de Tenis lo reconozca como ganador del Abierto de Australia de 1998, final que perdió ante el checo Petr Korda, a quien cinco meses después se le detectó positivo (por nandrolona) en un control doping cuando participaba en Wimbledon. El chileno tiene la convicción de que su rival lo venció con trampa, supuestamente bajo los efectos de alguna droga que lo hizo jugar sobre su potencial, y solicita que se investigue si Korda estaba o no dopado, aunque el análisis que se le tomó durante aquel Grand Slam resultó negativo.
Partamos que todo el mundo tiene derecho a pataleo. Y a un tipo como Ríos, tenista fuera de serie, uno de los pocos deportistas nacionales a los que el ciudadano común le perdona cualquier renuncio a la deportividad u otras buenas costumbres en virtud a su notable carrera, es casi imposible decirle que no. Entonces, también es comprensible que José Hinzpeter, presidente de la federación local, acoja la petición y argumente a favor de su representado, quien además colabora con el equipo de Copa Davis de manera desinteresada y es una figura a la que recurrir si se trata de apoyo técnico, respaldo humano y patrocinios comerciales.
Pero la trayectoria de Ríos, no se merece andar mendigando un torneo, por muy prestigioso que sea, por muy pichicateado que Korda haya jugado en Australia, por mucho que le pese al chileno no haber ganado un Grand Slam teniendo talento, calidad y categoría para haber ganado varios, por más que enoje que el argentino Guillermo Vilas se convierta en el primer número uno del mundo sudamericano si la revisión que pidió de sus triunfos históricos es reconsiderada por la ITF.
Por más que Hinzpeter quiera convencer a los incondicionales de Ríos de que hay alguna opción, la petición parece insustentable en lo procedimental, porque es imposible reconstruir la condición física del checo, incluso aunque aparezcan de la nada testigos de la época acreditando que Korda andaba con los ojos desorbitados en Melbourne, hablando en chino mandarín, corriendo como enajenado y saltando como canguro producto de alguna sustancia prohibida.
Fuera del alcance reglamentario, y siendo esto un tema bastante personal, ¿qué tanto puede importarle ganar un título por secretaría a un tipo que fue en su tiempo el mejor del mundo? La respuesta solo la tiene Ríos, pero se percibe en la extemporaneidad del reclamo de Ríos que coexiste una dosis de justicia malentendida, otro tanto del mal perdedor que siempre fue, y mucha, demasiada cuenta de un pasivo interno que tiene consigo. Una deuda que dejó pendiente con su propio talento cuando aún estaba vigente, y que ya, penosamente, no se puede saldar por más que la ITF le regale un Grand Slam.