Si el retrato de Salvador Allende que Eduardo Labarca diseña en su libro Salvador Allende. Biografía sentimental (2007) provocó el airado rechazo de muchos lectores, su última novela, Lanza internacional , despertará también opiniones conflictivas y desacuerdos, no provocados por su impecable arquitectura narrativa, sino por ciertos modos de representación que ofrece su discurso y por el sentido trascendente que proyecta toda configuración literaria bien lograda.
Elías Segovia Riquelme, el "Flecha", uno de los rateros más conocidos del ambiente hamponesco de Santiago durante los años que rodearon al golpe militar de 1973, desembarca de la clase ejecutiva de Air France disfrazado de "cuico" después de haber vivido algunos meses cartereando en París. Pero un episodio fortuito lo paralogiza en la aduana del aeropuerto de Pudahuel. Durante segundos críticos su vida se desarrolla en su atemorizada conciencia como una película que, a su vez, el narrador nos entrega acomodando el discurso a la forma de los relatos antihagiográficos: la genealogía, infancia y juventud que explican el comportamiento de un individuo no imitable con quien el lector no desea identificarse. Conocemos sus antecedentes familiares por boca de doña Auristela, madre del "Flecha": Elías es nieto, hijo, sobrino y primo de delincuentes. Nacido en las callampas del Cerro Blanco, crece en la población Nueva Estela, formada a partir de una toma de la hacienda La Flora, al sur de Santiago. Su niñez transcurre en un mundo de valores inversos donde impera la ley del más fuerte. Sus modos de existencia son las venganzas despiadadas, los homicidios y las rivalidades familiares que forman cadenas interminables de asesinatos recíprocos. Siempre bajo las enseñanzas de su tío Floridor Riquelme, el Ángel, otro famoso monrero de nivel internacional, el "Flecha" comienza su aprendizaje de carterista convencido de que ese y no otro es su destino. A los veinte años, después de formar pareja con la "Teruca", hija y viuda de delincuentes, va a dar a la cárcel, donde supera con éxito las pruebas que lo convierten en un verdadero "choro choro". Alcanzada la madurez de su personalidad delincuencial, el "Flecha" podrá finalmente volar a París para cumplir el sueño de todo monrero criollo: pasar una temporada robando con éxito en Europa.
El narrador asume una perspectiva muy cercana a la del "Flecha" para ingresar a la interioridad del mísero ambiente humano en el que se desarrolla la infancia y juventud del personaje. La pericia con que maneja esta técnica no solo otorga un alto grado de verosimilitud al relato, sino que produce también escenas de gran efectividad dramática, como, por ejemplo, la violación del "Peineta", cuya estremecedora violencia nos hace perder de vista que sus participantes son niños que en otros momentos del día juegan a la pelota, o van de mala gana a la escuela primaria o a las homilías del párroco de la población. Pero dicha perspectiva posee filo de navaja: privilegia la imagen de la delincuencia como profesión de oscura nobleza, condición humana inescapable, destino que vence a la historia desenvolviéndose en un mundo paralelo con valores propios, donde el delito es una actividad similar a la de cualquier medio honesto de ganarse la vida. "Nadie ha podido acabar con nosotros (...) somos de acero inoxidable", dice Ángel, el maestro y consejero del "Flecha", y agrega: "Somos profesionales (...) el médico le quita un apéndice a un enfermo (...) al gil nosotros le quitamos la plata (...) El policía profesional trabaja sin odio (...) el verdadero ladrón también (...)".
Estas son opiniones de un personaje, pero asimismo pienso en la conducta del "Flecha": aunque quiere escapar de la miseria y vivir en La Dehesa, desprecia la redención de Aniceto, el protagonista de Hijo de ladrón , de Manuel Rojas; o en el destino de la Tinita, compañera del Flecha en la escuela primaria. A pesar de que se aleja de la población y alcanza el grado de teniente de Carabineros, la fuerza del sexo la hace regresar irremediablemente al reencuentro con sus orígenes.