Viendo un programa de la televisión inglesa sobre nuevas tecnologías, me enteré de lo siguiente: Skype y Google están desarrollando un software de traducción instantánea. Esto significa que dentro de poco, dos personas podrán mantener una conversación por video en lenguas distintas (una en español y otra en noruego, por ejemplo) y no necesitarán recurrir a ningún tipo de traducción, pues todo lo que digan, cada uno en su lengua, será instantáneamente traducido por "el sistema" a la lengua del otro y viceversa. Los conductores del programa postulaban que esta tecnología simplificará extremadamente las comunicaciones, permitiendo así un ahorro de tiempo considerable. Y, obviamente, de dinero, porque, sin ir más lejos, con ese software ¿se imaginan ustedes para qué servirán los intérpretes, si cuando un dignatario o funcionario se esté dirigiendo a una asamblea, o a otro dignatario, sus palabras aparecerán inmediatamente traducidas en la pantalla a la lengua que queramos? Una profesión menos.
La tecnología siempre ha sido, entre otras cosas, una máquina de destruir empleos, o al menos de transformarlos radicalmente: cuando yo era adolescente en los estacionamientos había unos señores que cobraban, ahora usamos una tarjeta, así han desaparecido profesiones más complejas como la de fotógrafo (¿quién no es fotógrafo hoy?) y los comercios asociados, como el del revelado. En el periodismo, el desarrollo de los medios online ha provocado, por ejemplo, una transformación profunda de la profesión: hoy todo el mundo tiene un blog y existen medios en línea hechos únicamente en base a noticias posteadas por "la gente", el periodismo lo hacen cada vez más los lectores (democracia para todos, hambre o sueldos de miseria para unos cuantos que se equivocaron de oficio).
Antes de que terminara el programa en cuestión, uno de los presentadores manifestó la inquietud que yo mismo -mientras pelaba un kilo de porotos granados en el living de mi casa- me estaba planteando: ¿permitirá, ese nuevo software , la traducción instantánea de "todo" escrito? Quiero decir, ¿llegará el día en que el oficio de traductor también desaparezca, esto es, que nos baste con escanear la novela que acabamos de terminar y apretar una tecla para obtener su versión en inglés o en ruso? La gente del oficio -porque el de traductor es un oficio, es decir, una práctica tan "artesanal" o "personal" como la del escritor; de hecho el traductor "es" un escritor- me tratará de catastrofista, oponiendo un argumento que admito desde ya: el libro electrónico no ha logrado hacer desaparecer al libro en papel, a pesar de las voces alarmistas que vienen profetizando la muerte del libro "gutenberiano" desde hace años.
No ha pasado -y ya no pasó, dicen algunos- con el libro tradicional lo que ocurrió con el vinilo, por ejemplo. Puede que sea cierto, pero también es posible que la diferencia entre el libro y el disco sea solo una cuestión de tiempo, es decir, de mayor "resistencia" de parte del primero al cambio cultural que significa el paso del papel a la pantalla (y del objeto libro al terminal electrónico). La música es en esencia espacial e inmaterial, el texto en cambio tiene un aspecto material que requiere de un soporte físico. Pero lo esencial -y fue lo que respondió el periodista inglés a su colega- es que esa innovación tecnológica marcará una tendencia: probablemente dicho software no sea capaz de traducir Ulises al chino, ni los Cantos de Pound al turco... de inmediato, pero para allá vamos; la posibilidad, digamos, está abierta.
A nadie se le escapa que nuestro mundo actual está, diríamos, contenido por una malla de tecnología que ha producido un cambio en la manera que lo percibimos: la velocidad -que tanto les gustaba a los vanguardistas de comienzos del siglo XX- se ha transformado en simultaneidad y en instantaneidad; la rugosidad, la anfractuosidad, el abismo, tan caro a los románticos, se ha vuelto plano y liso, como las pantallas o las superficies vidriadas de los edificios. Ahora, si la informática invade nuestra relación con la escritura estará introduciéndose en lo que algunos llaman "el espesor del mundo", que radica precisamente en la tríada hombre-lenguaje-mundo; ese "espesor", podríamos conjeturar, será cada vez más tenue, menos denso, menos cargado de la multiplicidad de sentidos necesaria, entre otras cosas, para constituirnos como sujetos. La pregunta es: en un mundo así, donde la inteligencia ya no será propiamente humana, ¿qué literatura hacer?