Los dirigentes que se aprovechan de sus cargos son una especie perpetua. En Chile y en el resto del mundo. Los hay de las más variadas categorías y con los más diversos fines. Desde el que está en un cargo solo por figurar y enriquecer su ego, al que surge para pegar el manotazo cada vez que se pueda o se necesite. Entre ambos extremos, los matices son tantos como la lista de sinvergüenzas.
En el caso de la federación de gimnasia, el gran pecado en el proceder de Jorge Castro Morris, el cuestionadísimo presidente, es que se encargue de insultar la inteligencia de todos los personeros de los organismos vinculados a su gestión y ninguno haga nada, ni siquiera para no quedar como estúpidos ante la opinión pública, los deportistas y los testigos de las irregularidades cometidas por el timonel y sus secuaces, a saber, uno que otro familiar.
Que Castro Morris no haya pagado la membresía que permite que la federación se inscriba en los torneos internacionales, entre ellos, ni más ni menos que los Panamericanos de Toronto, podría tomarse por un descuido administrativo, un problema de caja, una negligencia directiva más... Pero que a este incumplimiento (cuyo costo no supera los 5 millones de pesos) se agregue que el tipo no ha cancelado durante meses los sueldos ni imposiciones de funcionarios, entrenadores y personal de la federación, porque tiene congelada la entrega de los fondos presupuestarios del 2014 por parte del Instituto Nacional del Deporte, es para sospechar que la situación no resiste mucho análisis.
Si se suma que Castro Morris hace largo rato que no rinde gastos ni ganancias de actividades promocionales que buscaban recaudar fondos para el desarrollo de la gimnasia, y que en diciembre pasado no hizo el correspondiente llamado a elecciones recibiendo un voto de censura por parte de los clubes afiliados, es porque el sujeto ya no solo se pasó de listo, sino que entró a la nómina de los "olímpicos" que no han ganado medallas, pero que las coleccionan porque se las han apropiado.
El problema de fondo es que, una vez más, son los deportistas los grandes y únicos damnificados, mientras el resto de los parroquianos con cargos federativos y gubernamentales se lamenta de tener tipos del talante de Castro Morris, se sorprende con tanta frescura de Castro Morris, se indigna con la cantidad de anomalías de Castro Morris y se compromete a que todos los Castro Morris desaparezcan de la faz de la tierra una vez que tengan las herramientas legales para hacerlo. Herramientas que, por cierto, llevan diseñando décadas, con absoluta ineficiencia para resolver estos casos y marginar del ámbito del deporte a los tunantes.
Es tal el nivel de vulgaridad en la trama de la gimnasia, que al final del día uno no sabe si los malos son los que incurren en los engaños y se llevan las federaciones con rueditas para la casa, o si los peores están en la tropa de hipócritas que se amparan en las normas que rigen el olimpismo y la reglamentación de las instituciones de gobierno, para contemplar cómo los Castro Morris actúan con descarada impunidad.