A veces parece que todo lo que tocamos se desvanece. Ya sea porque era blando y resultó duro, o al revés. Ya sea porque era fuerte y resultó precario, ya sea porque era eficiente y resultó inútil.
Uno de los desasosiegos más difíciles de describir en el presente es esta leve sensación que, por leve, no es menos angustiosa, de que lo que dice ser no es. Que lo que debe ser no es. Que lo que me prometieron no fue.
En tiempos de transiciones esto es aún más duro. Antes, cuando la publicidad empezó a estudiar cuáles eran las añoranzas de las mujeres, de los hombres, de los que quieren surgir, de los que tienen miedo, se basaba en promesas que entusiasmaran y prometieran lo anhelado. Hoy sabemos que las promesas de la propaganda son falsas, que si compro una tumba, no quiero ni más ni menos a mi familia y que si pido un crédito, no se van a cumplir mis sueños.
Por eso es que para nuestra salud mental, nunca ha sido más importante tocar algo y encontrar consistencia. Que la madera no sea plástica, que el amigo sea leal, que el hombre que quiero me sea fiel, que la micro pase a la hora, que la isapre me pague lo prometido. Esta crisis actual, que es más chilena que universal, requiere que dejemos de "vender la pomada" y hagamos un esfuerzo por ser veraces. Tenemos que confiar en alguien, en algo. El amigo, el banco, el jefe, cualquiera que me produzca la sensación de consistencia me hace un gran favor, porque me permite descansar y creer.
Hay un límite en el mundo interno, para que las definiciones estén todas al revés. O hacemos un nuevo diccionario, o castigamos la venta de lo insustancial
y/o mentiroso. Los chilenos estiran las manos buscando algún material que tocar en que la sustancia sea la esperada.
Si es algodón, qué rico. Es suave, es etéreo, es liviano. Si es fierro, que sea duro y pesado e inflexible. Lo que no queremos más es que me vendan fierro y me den algodón.