El quincunce es la disposición de los puntos del cinco de dados, pero en el torbellino tumultuoso de singular erudición y fantasía desbordante que encierran las apretadas páginas de su última novela, Francisco Rivas lo convierte en una fórmula esotérica de cósmicas y atemorizantes consecuencias. La conjetura del Quincunx no es un relato fácil de leer: demanda a sus destinatarios un esfuerzo continuo de concentración para no extraviarse en los innumerables vericuetos por donde se ramifican las diversas líneas del argumento; para tratar de recordar a los cientos de personajes que aparecen y desaparecen de sus páginas, las innumerables peripecias en que se ven envueltos y las complicadas relaciones que van uniendo a unos con otros. De algunas entrevistas que he leído hace poco de Francisco Ortega, el autor de Logia , se desprende que el propósito de sus novelas no es otro que satisfacer las expectativas de un sector importante de lectores que solo buscan entretenerse. La conjetura del Quincunx desafía al divertimiento, como asimismo a nuestras habilidades y prácticas de lectura, provocación de la cual no todos saldremos victoriosos. Pero quedaremos, eso sí, con la impresión de haber leído un relato de inusual calidad, aunque de muy difícil acceso.

Poco antes de su muerte, Aristóteles escribe una palinodia que oculta en la tumba de un soldado desconocido de la batalla de Tesalónica. En ella se retracta de sus ideas filosóficas sobre el acto y la potencia y afirma el poder de virtualidad del quíntuplo. Después, su discípulo Teofrasto desentierra la palinodia y la vuelve a ocultar en la tumba ignorada de otro soldado desconocido. Desde entonces y hasta nuestros días una sociedad secreta de Excavantes se ha dedicado a la afiebrada búsqueda del texto aristotélico y del quincunx que dio origen a la materia. Unos, con el propósito de destruir la palinodia porque su conocimiento significaría el derrumbe de todas las verdades religiosas y científicas de la sociedad occidental; y otros, convencidos de que, a pesar de todas sus consecuencias, la verdad debe imponerse siempre sobre el error y la mentira. La novela de Francisco Rivas desarrolla este argumento utilizando el discurso en abismo, característico de las antiguas y más prestigiosas narraciones maravillosas: la voz de un narrador básico, identificado ficticiamente con el autor para otorgar mayor verosimilitud al discurso, relata la historia central de la novela, cuyos personajes se convierten en narradores de otras historias enmarcadas que a su vez también encierran nuevos personajes-narradores. En los meses que rodean al golpe militar de 1973, el ficticio Rivas y su enigmática compañera Ingrid son los únicos participantes del seminario que el Profesor Castellón dicta sobre "Historia y virtualidad" en el entonces Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Castellón es el narrador de una serie de extensas y complejísimas biografías que demuestran la presencia de la virtualidad del cruce del hoy a lo diferente en la historia occidental: el cirujano escocés John Hunter, la historia medieval finlandesa de Sofis y Okko, el relato del asedio de Aníbal Barca a Roma o la historia de Nigel-Issin, el arquitecto mesopotámico de la dinastía de Ur. A estas historias se suman las de personajes que habitan en Santiago durante los años de la dictadura: el fabricante de vidrios Balducci; el doctor Belisario Costa; el fundidor de plomo Rubén Salero; Gaspar Malafuente, quien a su vez es el principal relator de la historia de Tomás de Aquino; el Sr. Gris, quien relata la historia de Balus Grochard y la Galería de los Canallas, etc., etc. Cada relato se entrama con los demás y se caracteriza por una minuciosidad a veces exasperante en los detalles e, incluso, por la frecuente utilización de un vocabulario inusual que me obligó a repetidas consultas al diccionario (y confieso que no encontré algunas palabras).

No sé si las dificultades de lectura que ofrece La conjetura del Quincunx permitirá que aparezca en el ranking de los libros chilenos más vendidos. Pero lo merecería con creces.