Bandidos es una novela que tiene un comienzo espectacular, pero que después pierde su rumbo de manera irrecuperable. Su primer capítulo despierta expectativas que se desintegran al avanzar una historia cuyo conflicto nunca logra tomar cuerpo, y que se desarrolla principalmente a través de diálogos entre personajes que no escapan al nivel de símbolos desprovistos de humanidad o, como en el caso de las figuras femeninas, de arquetipos sexuales que buscan despertar la libido de lectores patriarcales. Pero las deficiencias también son técnicas. El paso de un discurso lineal a uno coral, donde alternan las voces del narrador con la de los personajes y las de estos entre sí -cambio que se produce en la mitad del relato-, aumenta el malestar del lector debido a su ausencia de justificación narrativa, a la falta de pericia con que se producen los cambios de puntos de vista e, incluso, a la deficiente tipografía del texto. El resultado es un discurso que más que una narración coral da la impresión de ser una desordenada acumulación de voces. Y como si esto fuera poco, también contribuye a alimentarlo la indolente responsabilidad editorial del sello que publica esta novela. Los errores tipográficos abundan y a ratos llegan a ser inaceptables. Cito solo un par de ejemplos de los varios que se encuentran en el texto: "Cuando regresó -to le dijo" (p. 46); "Era muy puntual se retraso le extraño le extrañaba" (p. 59).
Como escribí al comienzo, lo mejor de la novela es su capítulo inicial. La historia comienza con una escena estremecedora. Un grupo de asesinos llega sorpresivamente al mercado de Punta Quemada, un pueblo encerrado en la selva que se extiende hacia el volcán Orizaba, y desencadena una sangrienta masacre donde son exterminados casi todos los miembros de dos familias campesinas del lugar. La pericia del narrador para construir esta escena es indudable: el episodio es un escenario infernal por sus imágenes de violencia desatada pero, sobre todo, por los comentarios del narrador anunciando que la pesadilla no ha terminado. No solo las víctimas lanzan alaridos, también lo hacen los asesinos: "Gritaban (porque) no sabían si era la última vez que mataban antes de morir". El rematador, el encargado de ultimar a los moribundos, tenía que ser el más meticuloso de todos: el suyo "era el último rostro que podía ver un sobreviviente". Uno de ellos es Roberto, un muchacho que logra salvarse milagrosamente y puede contemplar el ajetreo de los campesinos que buscan a sus muertos después de que los sicarios se han marchado del pueblo. Pero este acto, como advierte el narrador, es la reparación que dará origen a las represalias, a nuevas matanzas.
En los capítulos siguientes la historia retrocede a los días anteriores a la masacre de Punta Quemada para presentarnos, según lo hacían los primeros autores regionalistas del siglo pasado, a los personajes que simbolizan las fuerzas que luchan por el poder en la región: el Agrimensor, obsesionado por destruir la selva para edificar condominios habitacionales; el dueño de una flota transportista y narcotraficante, interesado en preservarla para proteger sus actividades; un ambicioso italiano dueño de las radios del lugar; la propietaria del banco al servicio de los intereses del transportista; y, en oposición a ellos, el recién elegido Presidente Municipal y su sobrino abogado, que quieren imponer el orden sobre el caos de la barbarie. El conflicto entre los intereses desmedidos de la modernidad, el narcotráfico, el poder foráneo de la prensa y de la banca servicial, enfrentados a la honestidad de la ley, desembocarán, a través de un argumento zigzagueante, débil de carnadura y que incluso da la impresión de haber sido construido con excesiva prisa en sus etapas finales, en la masacre y sus inmediatas consecuencias. La lectura de Bandidos deja la sensación de ser un relato superficial e insuficiente, que ofrecía mucho pero entrega poco.