El martes pasado, el noticiario principal de la televisión pública francesa concluía con algo que cualquier jefe de prensa de un canal chileno consideraría una insensatez: una entrevista en profundidad a un escritor. En Francia tampoco es que se entrevisten escritores en los noticiarios prime time todos los días; después de todo fue Patrick Le Lay, el gerente general del canal abierto TF1, quien acuñó una definición que dio la vuelta al mundo: el trabajo de un canal de televisión -explicó- es liberar espacio del cerebro de los telespectadores, de forma que esté disponible para que estos consuman, por ejemplo, Coca-Cola. O sea, en todas partes se cuecen (las mismas) habas. Pero este era un caso especial, porque el escritor en cuestión era Michel Houellebecq. El ganador del Premio Goncourt de 2010, con El mapa y el territorio , estaba en el estudio de France 2 para dar explicaciones sobre su última novela que aparece recién en librerías con un perfume de escándalo. Y no es para menos, pues Sumisión narra, según las propias palabras del autor, el estado de un país que se ha entregado, para frenar la ascensión del ultraderechista Frente Nacional, a un partido islámico. En la novela, los franceses han elegido Presidente de la República a un político de confesión musulmana, un islamista moderado, pero extremadamente ambicioso y manipulador. Y Houellebecq agrega en la entrevista: como todos los políticos. Resumen: estamos en 2022 y Francia se ha vuelto un país islámico, gobernado por el Partido de la Fraternidad Musulmana, con el apoyo de socialistas, centristas y liberales de derecha. Como las mujeres tienen prohibición de trabajar, rápidamente el desempleo -el problema fundamental de la economía francesa desde hace décadas- retrocede hasta niveles casi inexistentes. Se instala, por otra parte, la poligamia (masculina, claro), como el único régimen familiar tolerado. Las universidades -entre ellas la prestigiosa Sorbona, donde trabaja el protagonista- se vuelven centros universitarios islámicos y solo aceptan docentes de dicha confesión, de antaño o bien frescamente convertidos. A estos últimos, pequeño detalle, la universidad islámica les triplica el sueldo.
Con este texto, se comprenderá, el escándalo estaba servido. La crítica lo ha calificado de "profundamente deprimente" y "asqueroso", y el crítico del diario Libération ha hablado de "suicidio literario de Francia", añadiendo que con Sumisión , "las tesis de la extrema derecha entran en la gran literatura". De más está decir que de las 548 restantes novelas que se publicarán en 2015 no ha hablado casi nadie. Houellebecq demuestra una vez más, con Sumisión -tal como ocurrió con Las partículas elementales (1998) y Plataforma (2001), que abordan el tema de la mercantilización de las relaciones interpersonales, desde la sordidez, la soledad, el vacío- que la ficción narrativa en Francia sigue siendo un elemento central en la estructura cultural, tal como define a la literatura el israelí Even Zohar. Por qué tanto escándalo, podría pensarse, si solo se trata de una novela. O sea, después de todo, de una mentira. Pero es que no es "cualquier" mentira, sino más bien una historia social contada desde la intimidad de un sujeto que se debate entre la indiferencia y el miedo, entre la angustia y la pulsión. El novelista, decía Balzac, es el historiador de la vida privada de las naciones. Eso es lo que viene haciendo Houellebecq desde fines de los noventa: tendiéndoles a sus compatriotas -y desde ahí, a todos nosotros- un espejo en el que detestamos vernos. Pero nos reconocemos, sin embargo. Para la burguesía biempensante francesa, Houellebecq es vomitivo, como lo fue en su momento Flaubert, quien le dio la palabra por primera vez a una adúltera, histérica y ladrona. Lo malo, para el infortunio literario de Houellebecq y la fortuna de sus detractores, es que al día siguiente un comando islamista asesinó a los mejores dibujantes de historietas de Francia. Porque los de Charlie Hebdo -que curiosamente le habían dedicado su última portada al propio Houellebecq-, mucho más que dibujantes, eran verdaderos cronistas sociales y ácidos editorialistas políticos. Charlie Hebdo es como si la antigua Topaze hubiese pervivido por cuatro décadas, alimentada por generaciones de dibujantes. Ahora, la izquierda y la (ultra)derecha unidas podrán demoler a Houellebecq por razones que nada tienen que ver con la literatura. El problema de nuestra posmodernidad es que la realidad suele ser mucho más horrorosamente fascinante que cualquier ficción.